Fue en 2018: se balanceaba en la silla hacia atrás de manera constante. Su risa era burlona pero al mismo tiempo como para sentirse muy sobrado. Veía a su interlocutora en plan de “perdonavidas” o como cazando una presa. La soberbia total, esa que hace sentir a los idiotas en la plenitud del pinche poder.
Sobre la silla lucía como un Santa Claus perverso. El vientre voluminoso. Cabello canoso y la barba un poco crecida. El aliento con olor a cloaca. Y todo él apestaba como a cuero de bota vieja. La mirada vidriosa, en la que se asomaba un apetito voraz para el sexo y pa´l billete.
La petición había sido ésta: melón y medio para otorgar la candidatura en un distrito “casi” ganado ya por la 4T. Que la lana, dizque para propaganda.
La respuesta de la mujer fue no.
El dirigente partidista se fue emputadísimo. Caray, otra (o) cliente que se le fue.





