Las Fiestas de La Candelaria en esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad sintieron el latir del son jarocho, que congregó a propios y extraños en diferentes puntos de la cabecera municipal.
Es ya tradicional que los fandangos no sólo tengan un espacio donde llevarse a cabo, sino que a instancias de la población, en acuerdo con las autoridades, éstos se realizan en diferentes sitios bajo el nombre de La Candelaria en tu colonia.
En la calle Juan de la Luz Enríquez, en un café llamado Luz de Noche, tuvo lugar uno de los mejores fandangos de esta celebración. Sobre un grueso entarimado de tres piezas, que aún desprende el olor a chapapote con el que curten los tablones, mujeres de todas las edades y complexiones zapatearon a placer piezas emblemáticas como El toro Zacamandú, El zapateado, El pájaro Cú y La guacamaya.
En lo que se llama ‘son de montón’, las mujeres entregaron cuerpo y alma al taconeo, contratiempos e improvisaciones sobre la madera para el gusto y regusto de los allí presentes.
Fueron sones largos, de más de 30 minutos, ejecutados por más de 40 soneros provenientes de todo el Sotavento veracruzano, de toda condición social… hombres, viejos, jóvenes y niños. Nadie permaneció quieto.
Jaranas, requintos o guitarras de son, leonas, mosquitos y hasta acordeones y violines sucumbieron ante el pegajoso ritmo del son jarocho. Incesante compás, sombreros intentando en vano detener el sudor que corría por la frente, rebozos que sirvieron de paño para secar el pecho de las zapateadoras… era la fotografía común de la velada.
Uno tras otro, con apenas unos segundos para descansar el brazo y los pies, los jaraneros siguieron tocando hasta entrada la madrugada, en una noche serena y con sereno, humedad y calor cordial. Tlacotalpan sintió correr la sangre del son.
Al mismo tiempo, en la calle 5 de Mayo, un especial fandango abría grietas en el suelo con el taconeo de los niños. Una nueva generación de soneros abrió la noche con entusiasmo, con fuerza, con el frescor de la infancia. Más de 50 pequeños desde los tres y hasta los 12 años de edad, aproximadamente, tocaron con gran orgullo la música tradicional.
Ataviados de guayabera y pantalón de gabardina, botín de tacón cubano y sombrero de cuatro pedradas, los ‘soneritos’ zumbaron jaranas y requintos como verdaderos hombres legendarios del son.
Las niñas con faldas multicolores, blusas rejilladas, rebozos y zapatos para el taconeo, hicieron saber a la tarima y a los presentes el carácter de las nuevas bailadoras del son jarocho tradicional, y con ellas se abrirá un nuevo mañana en las Fiestas de La Candelaria.