“Witzelsucht”, la curiosa enfermedad de los que no pueden dejar de hacer chistes

La esposa de Derek aguantó más de lo que la mayoría de la gente hubiese podido soportar hasta que, finalmente, decidió llamar al médico.
Casi todas las noches, su esposo la despertaba en medio de la noche para contarle otro chiste que le había venido a la mente.
Intentando lograr que la dejara descansar bien una sola noche, la mujer consiguió persuadirlo de escribir sus ocurrencias en vez de decírselas directamente.
Muy pronto ya tenía 50 páginas con cuentos como este:
Me fui al Departamento de Vehículos Automotores para sacar mi licencia de conducir. Me hicieron un examen de la vista y esto es lo que me dijeron: ABCDEFG, HIJKMNÑLOP, QRS, TUV, WXY y Z. Ahora ya me sé el abecedario. ¿Me pueden dar mi licencia, por favor?
No es ciertamente el ingenio de un Oscar Wilde.
Sin embargo, a Derek (nombre ficticio) le daban ataques de risa con pequeñas ocurrencias como esa (muchos de los chistes son demasiado groseros para incluirlos en este artículo).
Como se pueden imaginar, después de cinco años de estas bromas necias, su esposa se estaba desesparada.
Finalmente, la mujer concertó una cita para ver al neurólogo Mario Méndez, de la Universidad de California, en Los Ángeles.
“Hizo bromas constantemente hasta que se hizo difícil interrumpirlo”, recuerda Méndez sobre ese encuentro.

El neurólogo lo diagnosticó con una condición llamada Witzelsucht (adicción a ser chistoso), también conocida como “la enfermedad del chiste”.
En el caso de Derek surgió, aparentemente, tras dos derrames cerebrales que sufrió en un lapso de cinco años.
Tal como descubrió su familia, el trastorno en sí mismo no es ningún chiste, pero explorando esta extraña compulsión se puede arrojar luz sobre el complejo procesamiento cerebral que subyace detrás de un sentido del humor normal.
Casos documentados
Uno de los primeros casos observados de estas bromas patológicas fue registrado por el neurólogo alemán Otfrid Foerster en 1929, cuando operaba a un paciente para extirparle un tumor.
El hombre aún estaba consciente –como era una práctica común en ese entonces– cuando Foerster comenzó a manipular el tejido canceroso.
Fue en ese momento que el paciente reaccionó repentinamente con una compulsiva “fuga maníaca de ideas”, contando chistes malos sin parar.
Ese mismo año, el siquiatra Abraham Brill reportó haberse encontrado con pacientes similares que hacían chistes sobre “cualquier cosa y sobre todo”, incluso cuando no estaban atados a la mesa de operaciones.
Desde entonces, muchos otros casos han sido documentados.
Curiosamente, a muchos de los pacientes –incluyendo a Derek– no les parecían graciosos los chistes contados por otros.
Y toda esa situación puede tener su origen en patrones muy similares de daños cerebrales en los lóbulos frontales.
En algunos casos es necesario hacer asociaciones semánticas entre palabras o, como en el caso del cuento del genio, tienes que ponerte en el lugar de las personas varadas en la isla desierta.
Hay un elemento de sorpresa cuando te das cuenta del giro en la historia y resolver el rompecabezas provoca cosquillas en los centros de placer del cerebro, haciéndonos reír (o por lo menos, sonreír amablemente). “El momento ‘¡ja, ja!’ no está muy lejos del momento ‘¡ajá!'”, explica Jason Warren del University College de Londres.
Ese procesamiento cerebral parece ocurrir en una red de regiones alrededor de los lóbulos frontales, el asiento de pensamientos analíticos más complejos, y son esas mismas zonas las que resultan dañadas en pacientes como Derek.
“No pueden ver la relación de la frase final con el chiste, así que no muestran sorpresa”, dice Méndez.
Paradójicamente, este daño cerebral parece “desinhibir” algunas de las señales entre esos lóbulos frontales y los centros de placer.
Es decir, que mientras los chistes de otros pueden dejarlos fríos, sus propios pensamientos y sentimientos –derivados de cualquier conexión o asociación aleatoria– pueden terminar provocando una subida de dopamina, mientras se desternillan de la risa.
Aplicaciones prácticas
Esa es, por lo menos, la teoría, y podría haber algunas razones serias para ahondar en las investigaciones de este tipo de trastornos.
Warren trabaja con pacientes que sufren demencia frontotemporal, una forma más rara de neurodegeneración que “ataca a las personas en la flor de sus vidas”.
Los síntomas incluyen dificultades para comprender los sentimientos y motivaciones de otras personas.
“Provoca estragos en su funcionamiento social”, problemas que muchas veces está acompañados por un disminuido (o inapropiado) sentido del humor.
De hecho, otro de los pacientes de Méndez con Witzelsucht estaba sufriendo de demencia frontotemporal.
Recientemente, Warren le pidió a esos pacientes que evaluaran varias tiras cómicas y comparó los resultados a escáneres de la materia gris de su cerebro.
Efectivamente, muchos tuvieron dificultades al tratar de entender chistes más complejos de múltiples capas, prefiriendo situaciones cómicas simples más disparatadas.
Y entre más complicada la broma, mayor el daño que mostraban en la “red de humor”.
Warren piensa que estos hallazgos pueden ser importantes en pronosticar el comienzo y la evolución de ese tipo de demencia.
Los doctores deberían observar si los familiares de un paciente han notado un cambio en su sentido del humor, ya que muchas veces es la primera pista de que hay algo irregular.
“Esos cambios fueron reportados por cuidadores –quizás nueve años– antes del diagnóstico”, dice.
Finalmente, incluso puede ser posible desarrollar una prueba de humor más estándar que ayude a indexar cambios en su entendimiento y funcionamiento social.
Como mínimo, nos debería dar una mayor apreciación de los obstáculos que saltamos cada vez que sentimos cosquillas, gracias al ingenio de otro.
“El humor es un fenómeno extremadamente complejo, pero solemos darlo por sentado”, dice Warren.
Y esto, por lo menos, no necesita una frase final.

FUENTE. BBC.COM