“Yo lo vi, fue un niño el que prendió un cohete, una paloma, y lo aventó. Nosotros estábamos justamente ahí en ese momento. Lo que vi fue cómo empezó a explotar el puesto en el que estábamos comprando unos cohetes, íbamos tres mujeres, tres hombres y mis dos hijos. Vino el estruendo, el ruido, las piedras, y de ahí lo que sentí fueron los golpes, las piedras que explotaban por todas partes; vi mi mano destrozada, pero lo único que me importaba eran mis hijos Juan Daniel y Christopher, de seis y cuatro años, mi esposo. Los agarré porque ellos estaban sentados en un escalón esperándonos a que mis amigos acabaran de pagar los cohetes que habían comprado; y los dos, mi esposo y yo, nos abalanzamos sobre ellos.
“Mi esposo tomó una lámina que voló de alguno de los puestos y la colocó encima de los niños para protegerlos, es por eso que él es el más grave de todos nosotros ahorita. Los cuatro entramos a terapia intensiva… esto es muy fuerte, lo que vivimos ese día difícilmente lo podré superar, hace más de dos semanas que no puedo ver a mis hijos, a mi esposo”, narra Daniela Lozada Montero, de 24 años, sobreviviente de la explosión en el mercado de San Pablito, en Tultepec, Estado de México, el 20 de diciembre pasado. Los días han transcurrido, las historias de vida no. Las consecuencias de lo ocurrido, tampoco.
Desde su cama en la Unidad de Quemados del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, Daniela tiene su mano derecha inmovilizada. Tuvo lesiones con quemaduras de cuarto grado, por lo que fue necesario dos intervenciones para rehabilitar su mano con piel de su propio cuerpo; es decir, injertos.
Las quemaduras de cuarto grado son las más graves, pueden derivar en necrosis y la pérdida de la extremidad afectada. Actualmente ciertas áreas de la mano de Daniela están cubiertas con Melgisorbun, un medicamento que ayuda a epitelizar; recibe antibióticos vía intravenosa. “Tomaron piel de mi pierna derecha y de mi vientre para el injerto de mi mano que estaba destrozada; hemos tenido que cuidar mucho que no se haga una infección, tengo heridas por todo mi cuerpo”, agrega.
Para ingresar a verla a esta Unidad de Quemados, los médicos indican que debe tenerse cuidados extremos: bata, guantes, tapaboca, gorro para reducir la contaminación, las manos perfectamente lavadas antes de acceder al espacio donde se encuentra.
Los hijos de Daniela también están lesionados con múltiples quemaduras y fracturas en su cuerpo y huesos, permanecieron durante más de 10 días internos en el hospital de Trauma y Ortopedia Magdalena de las Salinas, del IMSS. Sus abuelos, Hilda y Antonio, son quienes se han encargado de ellos y su hija.
“Mientras yo entraba a ver a mis nietos, durante las horas de visita, mi esposo entraba a ver a Daniela. Ella preguntaba mucho por sus hijos y su esposo, pero nosotros decidimos que no le diríamos nada de lo que realmente estaba ocurriendo hasta que mi hija estuviera mejor. Hemos vivido un estrés brutal”, comenta la señora Hilda.
Daniela se enteró de que sus hijos habían estado internos en hospital el día en que los médicos los dieron de alta y Juan Daniel y Christopher lograron regresar a su casa. Después le informaron que su esposo aún estaba interno, aunque en recuperación. “La primera vez que mi mamá entró a verme al hospital sólo me pedía que comiera, chillaba y me pedía que por favor comiera… yo no quería comer, pero hice un esfuerzo por ella, sólo para que dejara de chillar. Me hizo acordarme de cuando yo les digo a mis hijos que tienen que comer bien. Me trataba como si fuera una niña chiquita y me decía que comiera por favor. Los médicos le explicaron que iban a extraer piel de alguna parte de mi cuerpo, que esta iba a ser la piel donante, para ponerla en las zonas de mis quemaduras; esa piel se ha ido pegando a mi mano poco a poco, con muchos cuidados”, cuenta Daniela con el cabello ahora corto por todas las heridas que tiene en la cabeza.
Aunque Juan Daniel y Christopher ya están fuera del hospital, permanecen bajo un puntual proceso de rehabilitación. “Los traemos casi diario al hospital para revisión, debemos tener mucho cuidado de que no se infecten, algunas de sus quemaduras aún están en carne viva”, agrega Hilda, quien trabaja en la UNAM en el área de Vigilancia, al igual que su esposo don Antonio.
Juan Daniel, de seis años, tiene su brazo izquierdo inmovilizado desde el día del accidente, tuvo lesiones en el húmero y severas quemaduras en la cabeza, en la espalda y los glúteos. Christian aún no puede caminar, pues la quemadura en su rodilla izquierda se lo impide. “Juan Daniel está tranquilo, Christian es más inquieto y pregunta mucho por su madre. Tiene que usar carriola, no puede caminar aún, y cuando intentamos sacarlo de la carriola para que camine, se va de lado. El médico dice que en cuanto la herida vaya cerrando él tomará más fuerza en su pierna derecha y poco a poco volverá a caminar”, dice su abuelo mientras muestra preocupado las heridas en el cuerpo de sus nietos. Ellos, Juan Daniel y Christopher, no dicen nada; están muy pequeños para entender.
Hilda quiere decir que la atención que han recibido por parte del gobierno del Estado de México ha sido excelente. “Han estado pendientes de cada uno de nosotros todo el tiempo, a mi hija Daniela y a su esposo los entran a ver diario al hospital; lo hacían también con mis nietos, que ya están recibiendo atención sicológica en casa y no les ha faltado nada en el hospital. Nos llaman a casa todos los días varias veces para saber si estamos bien, si algo nos hace falta. En ese sentido no tenemos nada de qué quejarnos, y tampoco de la atención que mi hija, su esposo y mis nietos han recibido en los hospitales públicos en los que están”, asegura doña Hilda.
Daniela ya está enterada de la cifra de personas fallecidas en la explosión en Tultepec. “Ya lo sé, murieron más de 30 personas, una de las chavas que iba con nosotros falleció. Yo no debí llevar a mis hijos a ese mercado de cohetes; la vida me ha dado otra oportunidad y voy a pedir cambio de horario en mi trabajo; quiero estar más tiempo con mis hijos, con mi esposo, necesito atención sicológica para superar esto”, asegura con la mirada un tanto perdida en la nada. Daniela difícilmente hace contacto visual con su interlocutor.
¿Usted sabe que se va a reconstruir el mercado de San Pablito en Tultepec? ¿Cuál es su opinión al respecto después de su experiencia?
—Soy una sobreviviente, mis hijos y mi esposo también, aunque mi esposo aún está muy delicado. La explosión no debió ocurrir. Ahí no deben entrar niños. No estoy de acuerdo en que permitan el acceso a menores de edad. Eso debería estar prohibido. Sé que hay personas que se dedican a eso desde toda su vida, y que necesitan trabajar, pero es algo sumamente peligroso, los mercados de cohetes son bombas de tiempo, no deberían existir —concluye la joven, quien labora en el área de intendencia de la UNAM.