Ay Duarte, Duarte, Duarte… ¿Qué haremos contigo, Duarte? ¿Juzgarte, Duarte? ¿Odiarte, Duarte? ¿Colocarte de baluarte, Duarte? ¿Enviarte a Marte, Duarte? ¿Desear con que un toro te ensarte, Duarte? ¿Esperar que se te infarte, Duarte, para nunca ir a velarte, Duarte? No, no te creas la gran cosa. No eres la divina garza, Javier, Javier Duarte, Javier Duarte “de” Ochoa, ni estás envuelto en huevo. Tu nombre es sólo el baluarte, Duarte, de la horda de gobernadores, líderes sindicales, presidentes, legisladores, munícipes y tesoreros, industriales y empresarios no menos miserables, ladrones, abusivos y pocacosas que han saqueado esta desvencijada patria. Pues eres portaestandarte, Duarte, (al menos el de esta temporada) de esa prole inumerable de hijos, hijastros, entenados de la revolución, esa vaca enteca que anda dando lástimas, flaca y horra, que muge masiosares. En tu cara de melanoma miope se multiplican las caras de esos otros. Tu maceta es la metastasis de moreiras y murats, de montieles y marines, la genealogía mantecosa del máximo mexicano, Maximino. En tu rechoncho rostro de aprendiz de morsa vibran los genes suripantos de miles de cacos oropeleros, cleptómanos clínicos, cuatreros de arcas públicas, asaltantes de partidas sociales, roedores de brillantina. Esos expoliadores revolucionarios e institucionales, accionales y nacionales, democráticos y renovantes que ladraron “¡Y SI NO LO HICIERE QUE LA NACIÓN ME LO DEMANDE!”, a sabiendas de que esta nación no demanda a nadie, nunca demanda nada; y cuando fue tu turno de berrear el juramento ya planeabas, sebo de jumento, atascarte los mofletes con el erario, como un hámster jarocho. Cuando te tomaron la “foto oficial”, y pusieron el “lábaro patrio”, y escogiste tu corbata rubí, y te adornaste con tu fistol con el escudo del estado de Veracruz, y seleccionaste la camisa blanca, y te retacaste en el traje; cuando te tomaron la foto, digo, pomposo gargajo pompadour, ¿ya calculabas que en seis años ibas a hospedarte en tu penthouse de Londres para ir a Saville Row a que un sastre sonrosado te tomara las medidas para mandarte hacer 10 trajes cuyo valor habría pagado salarios un año en cinco escuelas?
¡Diecinueve casas sólo en Miami, para blanquear tus robos negros y cambiar un emporio por tu terror al velorio! ¡Y en el resto de Estados Unidos calculan otras 90 propiedades, incluyendo tiempos compartidos en el Regis de Nueva York, pequeño trumpetón de hojalata! ¿Qué son esas ganas de multiplicarte, Duarte? Oh, Duarte, Duarte, mínimo embudo a la usura del arte… ¿Querías tu parte, Duarte? Pues ahí la tienes. Tu ego enclenque no soportaba la idea de ser como cualquiera. Tus pulsiones de milloneta en ciernes necesitaban espejos convexos que adelgazaran tus bubas y tus lonjas. Tus nalgas de pargo exigían posarse en pieles y cueros satisfactorios. Tu fachada de trompo quería aerodinamizarse metida en autos pedantes. Tus huevitos plenipotenciarios te exigían trasladarse en helicópteros intimidatorios. Tus ojuelos de saurio dispéptico orgasmeaban al revisar tus inversiones; tus casas, tus palacetes en cuyos muros colgarías tu foto de duquesito fantasioso. La misma foto retocada para atenuarte la papada de paquidermo que tus amantes asalariadas pondrán junto a los “lechos” donde dispensarás, entre bufidos y sudores, la láctea grandeza de tus espermatozoides con armiño. Tus apetitos de pequeño burgués avergonzado, tu súper ego de galantina, te demandó reciclarse versallesco, y comprar purasangres árabes, y escriturarles un establo, las caballerizas en las que soñabas armarte caballero, para que tus hijitos —ya manchados para siempre por los pálpitos de su paterfamilias— jugasen a ser los principitos de Toluca, tiernamente observados por su papi y por su mami? ¿Y ahora qué, blandengue caradura? ¿Consigues no desvelarte, Duarte? Cada ruido en la noche, cada sombra en el muro, cada rumor en el aire, ¿te hacen de miedo cagarte, Duarte? Olisquear tu fantasía de que lograrás escaparte, Duarte, ¿consigue aplacarte, Duarte? ¿Dónde andarás microfarte? Y si alguien debe ampararte, Duarte, y sólo así silenciarte, Duarte, ¿crees que eso habrá de llevarte, Duarte, hacia salva sea la parte, Duarte? Ay, Duarte, Duarte, Duarte… (Fuente: El Universal, Guillermo Sheridan, 10/ENE/2017).