DE LAS PROMESAS DE CAMPAÑA, A LA POSVERDAD DEL PRESIDENTE PEÑA NIETO

Cuando se comprometió el Presidente Enrique Peña Nieto ante el Congreso de la Unión, a velar por los intereses nacionales y particularmente cuando envió su propuesta para la Reforma Energética, obligándose de igual forma ante el Congreso de la Unión, a mantener el control de la economía como única vía para sostener la paridad del peso frente al dólar; paridad que le permitiría evitar la especulación mercantil y por consiguiente el aumento en los precios de la gasolina y gas LP; pero también, al mismo tiempo, mantener el control de precios en todos los artículos que conforman la canasta básica de los mexicanos y el transporte público sin incremento en las tarifas, entonces; el Presidente Peña Nieto, solo pensaba y creía que su palabra era ley y que se sostendría contra viento y marea; dentro y fuera de México.

Se olvidó Peña Nieto que la política es circunstancial y que hay reglas no escritas que hacen que los políticos se vayan adaptando, tanto al estilo personal de gobernar, como al acontecer de las relaciones comerciales con otros países, inmersos en bloques económicos especuladores donde el más fuerte se come al débil y las presiones no las puede resistir un solo hombre, por más poderoso que resulte ser como gobernante de cualquier potencia mundial; menos el presidente de un país tercermundista, cuya economía está sujeta a los vaivenes que le impongan sus poderosos vecinos, tal y como acaba de suceder con el triunfo de Donald Trump, quien pareciera que diariamente se levanta con el ánimo de causar un daño intencional a nuestro país y a nuestros paisanos migrantes.

De ahí que el compromiso del Presidente Enrique Peña Nieto, que asumió en campaña y ante Notario Público, para bajar el precio de la gasolina y la luz, ha quedado incumplido pero no en el olvido por quienes le dieron su voto, con la esperanza de mejorar su calidad de vida y hoy con una gran decepción reciben más de lo mismo, con la suscripción de pactos con el Consejo Coordinador Empresarial y algunos sindicatos charros que viven de las migajas de la política oficialista; aunque aflore la inconformidad de la Coparmex, que se niega a firmar los compromisos de Peña Nieto para aliviar la situación; al mismo tiempo que se da la recriminación de la Conago pues se duele de haber sido excluida del acuerdo de los Pinos; ahora que hubiera tenido oportunidad de lucirse el gobernador perredista de Morelos, Graco Ramírez Garrido Abreu, quien anda en busca de reflectores para amarrar candidatura presidencial perredista para la próxima contienda. Los gobernadores de Chihuahua y Nuevo León se sumaron a la protesta de los otros mandatarios estatales por la falta de invitación al pacto, al que se refirió Javier Corral como “acuerdo anodino”, por carecer de compromisos concretos, según dijo el chihuahuense.

Los Príncipes “no están obligados a mantener su palabra, cuando las circunstancias cambian” y eso lo sabe con certeza el Presidente Enrique Peña Nieto, quien desde que llegó como gobernador al Edomex y después como candidato ganador a la presidencia de la república, mostró el carisma, filing político y experiencia maliciosa y maquiavélica, para ganar esas importantes posiciones, que solo se consiguen por aquellos privilegiados políticos forjados en la teoría y la praxis política. Que si en este último pacto, porque se considera que no habrá tiempo para otro, se asumen compromisos trillados, incumplidos y sin esperanza de sacar “al buey de la barranca”, eso ¡es otra cosa!. Mantener los precios de la canasta básica resultará imposible; modernizar el transporte público y facilitar la movilidad urbana, también será inviable; mejorar créditos con la banca de desarrollo, a lo mejor unos cuantos; fomentar inclusión social laboral, será de simulación; entrega de recursos a adultos mayores, continuará; impulsar recuperación de salario mínimo, imposible; realizar acciones en favor de la libre competencia, seguro que sí porque no tiene costo; repatriación de capitales, atole con el dedo; impulso a la inversión y al empleo, si nadie tiene dinero, imposible; garantizar superávit primario y preservar estabilidad económica, casi imposible; ejercer el presupuesto de manera clara, con transparencia y austeridad, por lo menos eso que si se cumpla; lo mismo sería sobre la reducción del diez por ciento de sueldos y salarios para burócratas de alto rango; y el combate a la corrupción, que no se dará, como no se ha dado la aprehensión del doctor Javier Duarte de Ochoa.

Se afirma que la boca mentirosa no tiene honor; que una mentira nos lleva a otra y se remata con la afirmación de que “no hay mentiroso perfecto”, por eso el hombre político moderno, que ha caído en la falta de credibilidad, difícilmente puede volver a ser acreditado para el desempeño de las responsabilidades públicas en las que se necesita la confianza de ciudadanos que otorgan su representatividad al político, para que él decida por los demás. Que no es lo mismo que resulta de ejercer un cacicazgo; porque el político mentiroso recibe la confianza que traiciona; no así el cacique, quien “usurpa” la voluntad política de otros, por la buena o por la mala, la toma incluso por la fuerza pudiendo llegar al crimen si resulta necesario.

Falso que haya caciques buenos y caciques malos; el cacique siempre será usurpador de la voluntad de otros. Los biógrafos del sexenio del Presidente Enrique Peña Nieto, sin duda tienen mucho que escribir de los compromisos cumplidos; de las promesas incumplidas; de las decisiones sin consentimiento del pueblo y de la voluntad pública que se entrega por decisión propia y se traiciona, como de aquella voluntad pública que se usurpa, se aprovecha por el usurpador y se agravia y se lastima al usurpado.

Como la política es la ciencia de la paciencia, solo nos queda esperar que concluya el sexenio en 2018 y después de los propios biógrafos del Presidente Enrique Peña Nieto, sentarnos a esperar la “posverdad” de su gobierno plasmada en el registro histórico de la patria, del que nadie se salva.