Desde hace más de 70 años, los integrantes de la Sociedad Cooperativa de Pescadores de la localidad de Mandinga, municipio de Alvarado, han dedicado su vida a la captura, cultivo y preservación del ostión, un producto endémico de las aguas salobres de la laguna.
Este fin de semana quedaron detenidas las actividades de los 76 hombres que integran el gremio. El frente frío número 25, que trajo rachas de viento del norte cercanas a los 80 kilómetros por hora, frenó la salida de sus lanchas.
Los montones de ostiones que lograron recolectar a marchas forzadas un día antes, sirvieron para matar el tiempo. Mientras algunos se dedican a desconchar el molusco, otros refuerzan el amarre y los nudos de sus redes.
“Nosotros somos hijos y nietos de los pescadores fundadores de este lugar”, expresa Francisco Alfonso Cabrera, presidente de vigilancia de la sociedad, un tipo duro en su forma de ser y hablar, con semblante serio.
Mientras descansa en una de las pequeñas embarcaciones que se encuentran amarradas al muelle, narra que fue a la edad de 13 años cuando supo que sería pescador el resto de su vida. Su padre, dedicado al mismo oficio, le inculcó los conocimientos básicos que se requieren para la captura del ostión en las aguas profundas de la laguna de Mandinga.
Hoy, con 47 años de edad, es uno de los mejores pescadores de la región, no por nada es el sujeto que dirige las riendas de esta agrupación.
Los años de experiencia le han servido para saber cuándo sí se puede ingresar al agua. Con un fenómeno meteorológico como el frente frío de este fin de semana, es imposible salir en búsqueda del producto, es peligroso, reconoce.
“Baja un poco la venta del ostión con este norte, pero pues seguimos adelante, no hay mucha actividad, pero cuando menos va saliendo ahí, por lo menos para comer. Ahorita nos afectan los nortes y eso no nos deja trabajar, por eso adelantamos el trabajo un día antes”.
Asegura que en días como este, cuando arrecia el viento del norte, también dedican el tiempo a repoblar los bancos de ostión.
Una vez retirado de su concha, el molusco se guarda en bolsas repletas de agua salobre. Los caparazones son arrojados nuevamente a la laguna, en lugares estratégicos, para que puedan ser reutilizados por las larvas que habitan en lo profundo del manto acuífero. Seis meses después, los nuevos ostiones están listos para el consumo. De esa forma se le da continuidad al ciclo de reproducción.
“Nosotros vamos sobre pedido, no sacamos nada más así, también en tiempos en los que no trabajamos los ocupamos para cuidar las áreas. Nosotros recolocamos las conchas, sacamos las crías y las ponemos en un banco, pero eso lo hacemos cuando no hay trabajo. Repoblamos las áreas, por eso contantemente tenemos producto porque el ostión lo cuidamos nosotros”.
Los conocimientos de estos pescadores fueron desarrollados con el paso de los años. Aprendieron que cuando no hay venta, la laguna les ofrece alimento para llevar a casa, ya sea en forma de ostiones o mojarras.
Las labores inician a las 08:00 horas. A bordo de sus lanchas llegan a las zonas donde saben que habrá producto en abundancia. Sin la ayuda de equipo de protección, ni mucho menos un tanque de oxígeno, estos valientes hombres se lanzan al agua y arriesgando el pellejo, se sumergen a profundidades que alcanzan los 7 metros.
“Nosotros buceamos el ostión. A veces profundidades de 5, 6 metros, máximo 7 metros, pero a veces en dos metros, un metro. Peligroso no es, porque en esta laguna no hay animales malos ni nada, la raya nada más, que hay que temerle un poco, que es un bicho que te pica, pero no hay muchas y son poquitas, pero nada más hay que estar al pendiente”, manifiesta Francisco, el líder pesquero.
Al mediodía regresan al muelle con montones de ostiones. En una jornada pueden juntar más de 40 arpillas. Una vez en tierra firme, el producto se vende por costales, bolsas, en docenas o unidades.
El molusco endémico de la laguna de Mandinga que captura la Sociedad Cooperativa de Pescadores de este pueblo, se consume en su concha (crudo), en coctel, al mojo de ajo o enchilpayado.