El fenómeno de la migración, tan aborrecido por Donald Trump, terminará más pronto que tarde y ya no tendrá tiempo de arrepentimientos, ni de corregir el rumbo. Trump piensa que todos los males que padecen en los Estados Unidos de Norteamérica, tienen un origen común, que es la calamidad que para él representan, los migrantes en general; sin embargo, de la clasificación de flujos migratorios, el de los latinos y de entre los latinos el grupo de migrantes mexicanos, despiertan en Donald Trump, una repulsión y fobia, que no puede ocultar y trata de combatirlos con todos los medios a su alcance, (para “limpiar” el ambiente y purificar el oxígeno que respiran los norteamericanos), libre del vaho que exhalan los latinos y particularmente los mexicanos. Otra corriente migratoria que sufre la repulsión de Donald Trump y su gabinete de adinerados, es la que constituyen las personas de origen musulmán, en los que ve, sin distinción de sexo y edad, a “terroristas en potencia”, dispuestos a sacrificar hasta sus vidas, con tal de dañar al país más poderoso del mundo y a sus pobladores.
El consuelo para los repatriados y para los ineficaces políticos mexicanos, se resume en aquel viejo refrán que dice: “no hay mal que dure cien años, ni mexicano que los aguante”, es decir el periodo constitucional de Trump es de cuatro años, con posibilidad de una reelección y por consiguiente si resiste la presión de quienes cuestionan su despreciable forma de gobernar, lo más que podría durar en el cargo, acabaría en el año 2024, para bien de la humanidad. En México, las puertas de sus fronteras han permanecido abiertas, para todos los extranjeros que deciden fincar su residencia en algún lugar del territorio nacional, o que simplemente decidan transitar por el, sin importar su calidad migratoria. Y resulta tan grande la hospitalidad de los mexicanos, que el artículo primero de la Constitución Política de la República, incluye con igualdad de derechos humanos y usufructuarios de las garantías individuales, a “todas las personas” que se internen en la nación contando con protección oficial, para que no se restrinjan ni suspendan, sus derechos humanos y sus garantías constitucionales.
La recepción hospitalaria al Presidente de la República licenciado Enrique Peña Nieto, de la comunidad libanesa en México, es una muestra de que esa corriente migratoria, vino a engrandecer al país anfitrión, y a compartir esfuerzos y trabajo con los connacionales. Asistieron como anfitriones, los señores Alejandro Serio Morales, presidente del Consejo Directivo del Centro Libanés; el empresario nominado en el sexto lugar de los más ricos del mundo (según la revista Forbes) don Carlos Slim Helú y un gran número de hombres y mujeres de ascendencia libanesa, cuyos primeros migrantes se registran desde hace ciento treinta y nueve años, con el reconocimiento de su trabajo y por el establecimiento de sus empresas, en las que miles de mexicanos han encontrado espacios laborales, donde reciben un trato justo y equitativo. El presidente Peña, se hizo acompañar del Secretario de Hacienda José Antonio Meade Kuribreña, del Secretario de Economía Ildefonso Guajardo, del Secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell y tanto el señor presidente, como los miembros de su gabinete, explicaron a los asistentes las reformas estructurales propuestas por el Gobierno, aprobadas por el H. Congreso de la Unión, e impulsadas para la transformación en áreas estratégicas que demanda la nación, con el claro propósito de mejorar la educación; mejorar la competencia económica; mejorar el acceso a las telecomunicaciones; y eficientar el sistema energético para mejor aprovechamiento de los recursos naturales.
Con la visión de los empresarios libaneses Miguel E. Abed, Antonio, José y Elias Fajer; quienes recogieron la inquietud de otros miembros de la colonia libanesa, aprovechando la amistad del señor Abed con el Presidente de México, General Manuel Avila Camacho, en 1941 y con un capital social de un millón de pesos, se fundó el primer Club para los descendientes de libaneses radicados en México; diecisiete años después de su fundación, en 1958, con nuevos financiamientos de sus socios, se construyó un campo deportivo, un hospital y un panteón libanés, donde sus socios, aportando una cuota para el mantenimiento de sus instalaciones y servicios, podrían participar en el fomento de actividades sociales, culturales, deportivas, artísticas y científicas, con las que pretendían obtener disciplina, unidad e inteligencia, para lograr el buen entendimiento y comprensión entre quienes fincaron fuertes vínculos amistosos y de buena convivencia. Los espacios del Club Libanés han servido también para reuniones de negocios, celebración de contratos y operaciones mercantiles entre sus miembros y en general el fortalecimiento de lazos de la familia libanesa en todos los órdenes de la vida. Fue el presidente Adolfo López Mateos, quien inauguró en 1962, el edificio social del centro libanés, en cuyo espacio de recepción a visitantes, se puede leer en letras de molde la siguiente frase: El que no tenga un amigo libanés… ¡Que lo busque! Y con el paso de los años, la comunidad libanesa acuñó otra frase que representa el pensamiento de sus socios y que expresa lo siguiente: “Ayer, un anhelo. Hoy una realidad. Generosidad de un hombre…trabajo de una colectividad”.
Las expresiones de cordialidad del presidente Enrique Peña Nieto y del empresario Carlos Slim Helú, difundidas en todos los medios la semana pasada, confirman la generosa hospitalidad de los mexicanos y la espléndida camaradería de la comunidad libanesa de México, bien representada por el adinerado empresario don Carlos Slim Helú. Dos ex presidentes y el Presidente en funciones, han publicitado su “buena relación” y mejor entendimiento con los personajes más importantes de ascendencia libanesa, cuyos exitosos empresarios, han sabido valorar la buena voluntad del pueblo mexicano. Queda el registro de tal acontecimiento, para que el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Donald Trump “se limpie las lagañas” y reciba una lección de “Diplomacia a la Mexicana”.