Entre el gobierno autoritario en el que prevalece la voluntad del gobernante tirano, por encima de las voluntades de los otros integrantes de la comunidad, sin más trámite, que la implementación de la fuerza para hacerse obedecer y gobernar caprichosamente; y el otro extremo, el anarquismo sin derrotero, sin rumbo, en donde prevalece la falta de entendimiento entre los miembros de una comunidad, que dirimen sus confrontaciones mediante la violencia, destruyendo todo lo que encuentran a su paso, sin posibilidades de construir una convivencia organizada que garantice el orden social, debido a que todos se sienten dueños de la verdad y a toda costa, pretenden imponer sus ideas y propósitos.
Así se ve desde México, lo que sucede en Venezuela; de un lado, el presidente tirano Nicolás Maduro, imperativo, caprichoso y autoritario como nadie, casado con las pocas ideas que su discernimiento le permite para sentirse dueño de su país, de su gente y disponer en todo y por todo, por encima de los demás. En el otro extremo, la tozudez al borde del sacrificio por la defensa de la libertad de manifestación y de expresión de las ideas; orientadas todas al derrocamiento del gobierno de Maduro, mediante el consenso público y mayoritario de los venezolanos, cansados ya de lo mismo y de los mismos políticos que desde el gobierno de Hugo Chávez han usufructuado cargos públicos sin mayores aportes que permitan la participación ciudadana, sino de todos, si de la mayoría de los venezolanos.
No será desde el gobierno norteamericano, ni desde México, Colombia o de cualquier otra nación, de donde vengan a destituir de su cargo al dictador Maduro, para entronizar en su lugar a los promotores de la libertad como el doctor Henrique Capriles y su esposa Lilian Tintori y seguidores; porque aunque el canciller Luis Videgaray haya decidido hacer a un lado la Doctrina Estrada como bandera de la política exterior de México, que respeta la autodeterminación de los pueblos y la no intervención en los asuntos internos de otros países, nadie debe olvidar que también en política se debe evitar ser candil de la calle y oscuridad de su casa.
Como si en México no hubiera suficientes problemas por resolver ante la ola de criminalidad que invade todo el territorio nacional; los crecientes índices de corrupción en los sectores público, social y privado y la increíble tolerancia que ha rebasado ya los límites de la impunidad que amenaza con socavar a las Instituciones, a la tranquilidad y a la paz pública.
Que el presidente Enrique Peña Nieto y los integrantes de su gabinete se dediquen a cumplir con las tareas que tienen encomendadas y dejen de preocuparse por los sucesos de otros países que no representan mayor interés que la convivencia internacional; y que en todo caso, el gobierno del presidente Peña Nieto, acabe con la inseguridad, la delincuencia y la impunidad dentro del territorio nacional y convenga todo cuanto sea necesario para mantener las mejores relaciones diplomáticas y de entendimiento económico y comercial, con los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá; con quienes tenemos suscrito el Tratado del Libre Comercio.
Hay que prepararse para el proceso electoral del próximo año; y lo mismo para la inminente revisión del Tratado de Libre Comercio, contemplado su inicio el 16 de este mes; en vez de seguir perdiendo el tiempo entre dimes y diretes y en medio del conflicto venezolano, ajeno a nuestra incumbencia.





