Por Estela Casados González
Una palabra que se popularizó al inicio del nuevo siglo fue “empoderamiento”. En el entendido de que puede significar cualquier cosa, escriba usted “empoderamiento de las mujeres”, arme cualquier frase y será capaz de contar un chiste o hablar de una gran proeza. También es posible hacer referencia a una persona déspota, o a quien cumple sus metas de superación personal.
De utilización variopinta, quedamos en las mismas porque no terminamos de entender cuál es el uso y pertinencia de esa palabra tan traída y llevada. No terminamos de entender cuál es su repercusión e importancia.
Pareciera que una es capaz de empoderarse de un día para otro. ¡Solo es cuestión de actitud! O de recibir un taller, curso o conferencia y listo. La ecuación está hecha.
Si se pretende trascender en el uso de las frases hechas y lugares comunes, indagar brevemente en la historia de este concepto, es de gran ayuda.
Como todo anglicismo de importación, la traducción a nuestro idioma no fue del todo afortunada, pues existía una palabra que fonéticamente era su equivalente, pero que no necesariamente significaba lo mismo. La palabra empoderamiento había caído en desuso en el idioma español hasta hace prácticamente algunas décadas. Había cedido su uso a la palabra apoderar y a la idea de dar poder a un representante legal.
Empowerment va más allá. Las feministas anglosajonas habían capitalizado el trasfondo político de esa palabra para reivindicar la conciencia y formación de las mujeres en torno a sus derechos y capacidades. Es decir, para iniciar procesos personales y colectivos de empoderamiento.
Pronto las promotoras sociales que trabajaban con la población más desfavorecida en América Latina, influenciadas por la teología de la liberación y la efervescencia de los movimientos sociales laicos de la región, se percataron que cultivar y fortalecer las habilidades de las mujeres más pobres y enriquecer sus experiencias formativas para buscar una mejor calidad de vida, constituían el detonador primordial del empoderamiento.
Somos construidas socialmente como mujeres para no tener proyectos propios, sino para alimentar y apoyar los proyectos de los demás. Para vivir a través de la realización personal de quienes poseen nuestros afectos. Esto reduce la realización propia a estar todo el tiempo al servicio de los otros y a dejar de lado la atención que podemos y debemos brindarnos a nosotras mismas.
Aquella que intente poner en primer plano los anhelos propios siempre encontrará el reproche social que la conmine a dejar de lado eso de priorizar los compromisos consigo misma, fortalecer las habilidades y aumentar las capacidades que apunten al crecimiento personal. Es decir, siempre habrá obstáculos para empoderarse.
El primer obstáculo es con una misma, de los demás ya se encargarán las y los demás.
El empoderamiento es un punto de llegada, tal vez avancemos tres pasos y retrocedamos cinco antes de arribar ahí. Lo importante es continuar avanzando y no parar. Vamos a encontrar a otras más en el camino, bastante cansadas por ir tan lento, pero la experiencia bien vale la pena.