Se estima que el 66% de las mujeres mexicanas mayores de 15 años han vivido alguna forma de violencia, propinada por diversos actores y en distintos entornos. Con semejante estadística, no es de sorprender que los espacios virtuales también hayan sucumbido y lleguen a resultar amenazantes para las mujeres.
Estamos hablando de una violencia que generalmente inician hombres, pero en la que también llegan a participar otras mujeres. Su objetivo es, naturalmente, hacer daño a conciencia y aunque se manifiesta en el medio virtual, utiliza diferentes estrategias.
De acuerdo con el informe La violencia en línea contra las mujeres en México, del colectivo Luchadoras MX en coordinación con otras asociaciones y agrupaciones de defensa de los derechos humanos, existen 13 formas de agresión relacionadas con la tecnología que afectan a las mujeres: ataques o control no autorizado (por robo de equipo o de cuentas personales); control y manipulación de la información; suplantación y robo de identidad; monitoreo y acecho (vigilancia constante a la vida digital de una persona o bien, “stalkeo”); expresiones discriminatorias; acoso; amenazas; difusión de información personal o íntima; extorsión; desprestigio; abuso sexual relacionado con la tecnología; afectaciones a canales de expresión; y omisiones por parte de actores con poder regulatorio.
Estas agresiones, revela el informe, son sufridas en mayor parte por mujeres jóvenes, de entre 18 y 30 años. Las más vulnerables son aquellas que viven en una relación íntima de violencia, mujeres profesionales con perfil público que participan en espacios de comunicación (periodistas, investigadoras, activistas y artistas), y mujeres sobrevivientes de violencia física y sexual.
Es de resaltar que Luchadoras detectó seis tendencias preocupantes en el país en cuanto a la violencia virtual contra las mujeres. Éstas son las siguientes:
*Odio viral. Denunciar en redes sociales detona una ola de violencia en línea: Este fue el caso de Andrea Noel, quien en 2016 denunció que un agresor sexual se le acercó por la espalda, le levantó la falda y le bajó la ropa interior. De igual forma se cita los casos de Ana Gabriela Guevara (golpeada por sujetos desconocidos) y de Tamara de Anda (acosada por un taxista contra el cual presentó una queja que procedió administrativamente). Estas mujeres hablaron de sus experiencias en sus redes sociales y lo que ocurrió fue que se les responsabilizó por las agresiones sufridas, se les revictimizó y se burlaron de ellas. Asimismo, recibieron mensajes peyorativos y amenazas con potencialidad para materializarse físicamente.
*Expulsión y derribo de espacios de expresión: Aunque el machista promedio da bastante pena, su capacidad de organización es impresionante. El feminismo virtual le incomoda y lo percibe como un ataque que puede llegar a su espacio “real”. Como resultado, se acerca a otros como él y juntos, atacan sitios, grupos y páginas que se asumen feministas para bloquearlos o tumbarlos permanentemente. Para Luchadoras, “estos ataques son una de las manifestaciones más fehacientes de cómo las agresiones en línea contra las mujeres las alejan o impiden el uso de las tecnologías, representan un acto de censura y vulneran tanto el derecho a la libertad de expresión de quienes son atacadas como el derecho al acceso a la información de su audiencia”. Un ejemplo reciente de esto es la eliminación de la página de Facebook Feminismo Consciente, un punto de encuentro para mujeres mexicanas y de Latinoamérica que fomentaba su autoestima, autoconocimiento y sororidad, a la vez que servía para promocionar los servicios de su creadora como emprendedora y terapeuta menstrual. Los ataques organizados lograron tumbarla y con ello, una audiencia de miles de seguidoras se perdió.
*Campañas de ataques organizados: Mujeres que se autoidentifican como feministas y hablan públicamente de temas como género, feminismo o violencia reciben agresiones organizadas por sujetos que se identifican como parte de varios grupos. Usan cuentas falsas y si éstas llegan a ser eliminadas, crean otras. Lo dicho: una capacidad de organización asombrosa, pero repulsiva.
*Extorsión bajo amenaza de difusión de imágenes íntimas sin consentimiento: Exparejas amenazan con publicar fotos íntimas a menos de que la víctima acceda a realizar alguna petición (depositar dinero, regresar con él, etc.).
*Espionaje de Estado: Este fue el caso de Carmen Aristegui, tras participar en varios reportajes que denunciaban la corrupción del Gobierno. Stephanie Brewer y Karla Micheel Salas representaban jurídicamente a mujeres violentadas sexualmente, por lo cual recibieron mensajes infectados con virus espías.
*Campañas de desprestigio: Utilizar los medios virtuales para descalificar o dañar la reputación de una mujer, así como para intimidarla.
Las conclusiones del informe no son alentadoras: enuncia que la violencia en línea contra las mujeres ha aumentado durante los últimos años, pues a final de cuentas es una extensión de la violencia “offline”. En el nivel jurídico, las propuestas han sido insuficientes para cubrir las afectaciones virtuales y físicas. Aún queda mucho trabajo pendiente.
Mientras tanto, ¿nosotros qué podemos hacer? De buenas a primeras, dejar de compartir contenidos misóginos sería una buena opción, así como analizar lo que consumimos, seguimos y decimos en línea. Empezar, pues, por nosotros mismos.
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