Una vez que concluya el proceso electoral, allá como por noviembre –si no es que antes- se desatará una bestial guerra entre priistas para apoderarse de los despojos. Será una cruenta batalla para administrar las ruinas. Será un denodado esfuerzo por poseer las cenizas que dejó Américo Zúñiga Martínez.
Pero como no habrá gobernador ni Presidente de la República, el clásico “dedazo” no funcionará, por lo que los militantes de ese casi extinto partido deberán elegir al próximo presidente del CDE de manera democrática. Sí, leyeron bien: de manera de-mo-crá-tica. Porque sería muy ingenuo pensar que el presidente del CEN del Revolucionario Institucional resolverá con una varita mágica la renovación de las dirigencias estatales.
A menos que los distintos grupos se pongan de acuerdo y salga un candidato de unidad, pero la verdad lo dudamos mucho. Lo más probable es que casi todos se agarren del chongo. La única salida es que la militancia dirima a su líder por la vía democrática. Los priistas no le deben tener miedo a esta palabra. Deben aprender a vivir y convivir con la democracia interna. Si no lo hacen, no saldrán fortalecidos. Al contrario, estarán más divididos que nunca. Las decisiones cupulares le han hecho mucho daño a ese partido. La verticalidad ha sido una especie de cáncer para este instituto político. Renovarse o morir. No hay de otra.





