El cuidado excesivo de la imagen pública de los políticos, los vuelve ineficaces y por más habilidad que tengan en el manejo de su publicidad, finalmente terminarán desacreditados, por no cumplir con su desempeño. Tal es el caso de grandes figuras políticas, que llegaron a ocupar la Presidencia de la República y hoy viven desacreditados y en el ostracismo; como también, personajes que gobernaron Estados y Municipios, en los que sólo queda el mal recuerdo, de quienes por cuidar su imagen, descuidaron sus funciones.
La proyección de los políticos de hoy, se genera publicitando su perfil profesional en redes sociales como Facebook o Instagram, tan difundidos y comentados por los jóvenes; aunque la comunicación “al instante”, la prefieren los políticos a través del Twitter y de la mensajería telefónica de WhatsApp y Messenger; pero el público de la tercera edad, más reacio a ocupar la cibernética, se informa y da seguimiento a la imagen pública de los políticos, a través de periódicos y revistas que facilitan el disfrute de la lectura como en los viejos tiempos.
El sacrificio que representa construir y proyectar una buena imagen pública, puede quedar en entredicho y la figura del hombre político fracturada, sobretodo cuando los hechos de su actuación y desempeño, contradicen sus promesas y compromisos, llegando el desencanto a su clientela política, que cada vez se vuelve más desconfiada y difícil de manipular, utilizar o engañar.
Cada sexenio llega una camada de políticos, afines al Presidente de la República, a los Gobernadores de los Estados o a los Alcaldes o directores de organismos paraestatales, donde se necesita personal de confianza, capacitado para el desempeño de las tareas a su cargo, cuyo trabajo consiste en hacer que la maquinaria del gobierno funcione, tal cómo está previsto en las leyes que la sustentan.
Por eso extraña que el hombre político que ha construido su imagen pública mediante el protagonismo ejercido durante toda su carrera hasta alcanzar el pináculo de la gloria, no comprenda que delegar funciones, no es compartir el poder, sencillamente es entender que la política no es tarea de un solo hombre y menos de los “todólogos”; el pueblo sabe identificar a sus gobernantes, calificándolos por el desempeño de sus colaboradores. La eficacia no riñe con la imagen pública; pero si hubiera de escogerse una u otra, el político iría por la imagen y el pueblo en favor de la eficacia.





