Cinco años contra la corrupción

La ONEA (Organización Nacional Anticorrupción) cumple cinco años de
existencia y qué mejor manera de festejarlo que reflexionando sobre su andar,
sus aprendizajes y sus desafíos. Debería empezar por decir que el hecho de que
siga existiendo es un logro en sí mismo; el no haber tirado la toalla durante las
muchas frustraciones vividas es un mérito por sí solo.

Mencionar sus logros sin ser parcial es una tarea difícil. En mi caso, el activismo
me infectó irremediablemente; pasé de ser un espectador a ser un ciudadano
involucrado y participativo, y no en pocos momentos, muy combativo.

Probablemente ese sea el mayor mérito de ONEA: el haber inspirado a otros
para que se apropiaran de lo público y se decidieran a involucrarse y detonar la
participación ciudadana. Transformar la realidad es algo que sucede de a poco,
en la mayoría de los intentos no se logra incidir en la agenda pública y se acaba
solo por resistir, y aún así, es mil veces mejor dejar ese testimonio de oposición
que simplemente no hacer nada. Aquí se aprende el valor de la perseverancia y
por qué es considerada una virtud: simplemente porque requiere de gran
esfuerzo y paciencia.

Reflexionar sobre ONEA es, al mismo tiempo, una reflexión sobre el papel de la
sociedad civil.

Un enorme aprendizaje y un gran privilegio ha sido conocer de cerca el mundo
de la sociedad civil organizada y reconocer su importancia para el mejoramiento
democrático de nuestro país. Desde luego, dentro de sus filas, lo mismo hay
bribones que personas ejemplares, al igual que en los sectores público y
privado. El problema, como siempre, son las generalizaciones que, como
sabemos, difícilmente pueden ser sostenidas; sin embargo, me parece justo
reconocer que efectivamente hay cierto acento elitista en su órbita, dado que es
más fácil que exista una sociedad organizada y densa donde existen más
capacidades y recursos, que entre los sectores más vulnerables. La mayoría de
las organizaciones más visibles e influyentes, ya sea que se trate de las cúpulas
derechohumaneras o de las cámaras empresariales, se concentran en la capital
de la república y se financian con recursos públicos y privados.

¿La existencia de algunas manzanas podridas justifica el desdén del Presidente
hacia la sociedad civil? Me parece que no. Incontables avances en nuestra
democracia se han logrado gracias a la presión que desde la sociedad
organizada y los movimientos sociales se ha ejercido sobre el poder político.

Con esto no quiero decir que no haya sido acertado cancelar la entrega de
recursos públicos a organizaciones de dudosa calidad moral, pero hacerlo a
rajatabla me pareció excesivo, aun cuando se tratara de apuntalar la estrategia
de entrega directa de recursos a través de los programas sociales insignia.
La función social que desempeña la sociedad civil es de vital importancia en
tanto se dedica a resolver problemáticas que no son atendidas por el gobierno o
que son atendidas deficientemente. Muchas de ellas desarrollan su agenda sin
la participación de recursos públicos ni del financiamiento del sector privado.
¿Merecían ser estigmatizadas? Por supuesto que no.

El universo de la sociedad civil es muy diverso, pero creo que podemos
establecer, al menos, tres cosas: primero, que no todas las organizaciones de la
sociedad civil pueden ser colocadas en el mismo costal; segundo, que su utilidad
es incuestionable; y tercero, que pueden funcionar sin la necesidad de recursos
públicos, aunque en algunos casos sería deseable, por el espacio vital que
ocupan, que sean apoyadas desde el Estado.

Por último, creo que sería justo destacar que la sociedad civil no necesita de la
aprobación del gobierno; es más, en mi opinión, debe existir cierta tensión entre
ellos, o, al menos, una sana distancia.

Volviendo a ONEA, que, dicho sea de paso, ni recibe ni pretende recibir recursos
públicos, ha tenido éxitos y fracasos, triunfos, alegrías y frustraciones, y espera
cumplir muchos años más para seguir construyendo ciudadanía, inspirando,
investigando y proponiendo, litigando y combatiendo, incidiendo y resistiendo.

El autor es Director de la Organización Nacional Anticorrupción (@oneamexico)
@ivangidi
ivangidi@gmail.com