Miles de personas acudieron a este lugar para dar el último adiós a Rogelio Ayala Palomino, “El Chamaco de Oro”, a quien su familia le ofreció una misa de cuerpo presente para pedir al creador el descanso eterno.
Fue a las diez de la mañana, hora en que el féretro llegó a la parroquia de la Asunción, lugar en donde el párroco ofició una misa en donde pidió porque en los corazones de sus amigos y familiares haya paz y tranquilidad, a la vez que dijo que Rogelio se despedía de sus amigos y familia siendo “El Chamaco de Oro”, hombre que ayudó a todo el que pudo, porque como lo decía en vida: “Cuando soy doy, y cuando no también doy”.
Posterior a la misa, familiares efectuaron un recorrido por las casas en donde vivió Ayala Palomino, así como también autoridades municipales le prepararon un homenaje póstumo a quien fuera presidente municipal de Yecuatla.
Un personaje comprometido con la política social y quien con la presencia de miles de personas queda demostrado ese carisma, no puede quedar en el olvido; por ello es que un grupo de personas ya se organizan para mandar a hacer un monumento a Rogelio Ayala Palomino, “El Chamaco de Oro”, el cual podría ser colocado en el parque de dicho lugar o en un sitio de interés, para que año con año se le rinda tributo a quien además de ser un personaje de la política social en la región, fue ultimado presa de la delincuencia en un secuestro.
Presidentes municipales de diferentes municipios de la región, exdiputados federales, exdiputados locales, expresidentes muncipales de yecuatla y de otros municipios, autoridades y personajes de la política se desplazaron a Yecuatla para despedirse de Rogelio Ayala, el padrino de cruz lo fue su compadre Silvino Landa, líder de taxistas de Coacoatzintla.
Entre llanto, tristeza, fe y fortaleza Yecuatla despidió a un líder, amigo, hermano y un hombre que como su canción favorita “El Columpio”, lo dice, a veces estaba arriba y otras abajo, pero eso no le impedía ayudar a quien le solicitaba, incluso en ocasiones quedándose sin nada, pero nunca se negaba a ayudar al prójimo.
Y así fue despedido en el panteón municipal de su natal Yecuatla, entre un sesgo de tristeza, porras, aplausos, canciones y por supuesto la nostalgia de verle partir.





