El retiro de Fidel

Se recupera del segundo accidente cerebrovascular de hace cinco meses… Y sus familiares rezan para que no haya un tercer infarto cerebral. Lo cuidan más que a un jarrito de Tlaquepaque.
Puede hablar, pero camina con cierta dificultad.
Al parecer, el político cuenqueño ya se retiró de la política.
Los médicos le han recomendado que se aleje de todo aquello que le genere estrés.
Es por ello que Rosa Borunda ha prohibido que al ex gobernador le acerquen su celular.
Por supuesto que muchos no creerán que Fidel se retire de la grilla, pues quienes lo conocimos sabemos bien que es un “animal político”.
Tío Fide, mientras gobernó Veracruz, y años después de haber dejado el cargo -que no el poder- era un político de tiempo completo.
Se preparó tres décadas para llegar a Palacio de Gobierno, y cuando se sentó en la silla embrujada, disfrutó el poder minuto a minuto, segundo a segundo.
Apenas dormía tres, cuatro horas, y a veces a las 4 de la mañana despertaba sobresaltado porque se acordaba de algún tema que debía resolver.
“Fidel, ya déjame dormir”, casi le gritaba furibunda doña Rosita. Y entonces se iba a otra habitación, o a la sala, y le hablaba por teléfono a algún colaborador.
Y al escuchar la voz amodorrada del otro lado de la línea, exclamaba: “¡hermano, duermes mucho!”.
Ese era Fidel, el niño que en las calles de Nopaltepec vendía longaniza y dulce de coco, el que llegó a Xalapa a una pensión del barrio Xallitic en la década de los 60s. Y como no tenía para pagar los alimentos y el hospedaje, ayudaba a la dueña a lavar trastos, a barrer, a limpiar. Y a veces llevaba al niño de esa casa al kínder.
Fidel, el hiperactivo. Fidel, el que podía estar en varias cosas a la vez: trotar en la caminadora, mientras veía noticias, hablaba por teléfono y daba instrucciones a su secretario particular que tenía a un lado.
Fidel, el del helicóptero del amor. Esa aeronave que transportaba a sus novias estuvieran donde estuvieran, así fuera la sierra de Zongolica, el Totonacapan, o el Uxpanapa. Recién bañaditas, las flores más bellas de los ejidos, llegaban a Xalapa –o a donde se encontrara- para satisfacer al tlatoani jarocho.
Fidel, el generoso. Lo extrañan, y lo van a extrañar los señores y señoras que venden dulces, paletas o helados, porque de golpe y porrazo les compraba toda la mercancía, y la repartía entre la gente que lo rodeaba. Lo van a extrañar también los niños pobres a los que paseaba en helicóptero, ese que adentro ya tenía una rica provisión de gansitos, yogurts, sandwiches y jugos.
Fidel, el de los diezmos, “veintezmos” o “treintezmos”. Pero los que no lo van a extrañar son los empresarios constructores y proveedores, a los que el Tío les mochaba una buena lana por asignar obras o autorizar voluminosas compras.
Fidel, el memorioso. El que era capaz de memorizar todos los nombres, todos los datos. Veracruz tenía a Fidel en la mente, y Fidel tenía a todo Veracruz en la cabeza.
Fidel, el mega operador político. El único que logró chingarse a Yunes Linares y a Dante Delgado. El que logró la proeza de hacer ganar a un candidato a gobernador que casi nadie conocía, el de la voz chillona, el gordo voraz, el gordo ambicioso, el gordo transa.
Fidel, el retórico, el rollero, el de la diarrea verbal. Como su tocayo, el extinto dictador cubano, podía hablar, y hablar, por horas. No por nada cautivó a Luis Echeverría con su oratoria. Y cuando concedía entrevistas, nadie lo paraba. Sólo era cuestión de ponerle la grabadora o el micrófono, y Fidel se entrevistaba solo.
Fidel, el carismático. El que contaba chistes, el que se burlaba de todo y de todos. El que ponía apodos a sus amigos, a sus colaboradores. Siempre la chispa, el ingenio, como buen cuenqueño.
Fidel… La nauyaca, El Chango asado, Tío Fide, El Tío, El Negro, El Zeta Número Uno…
Fidel, el sin par. Fidel, el fuera de serie. Fidel, el mago de la política… Fidel, la leyenda viviente…
Fidel… Fidel… siempre Fidel.