Todo empezó como un viaje de seis meses, sin teléfonos celulares ni GPS, y solo 4 mil dólares ahorrados; pasaron por África, Oceanía, Asia y Europa
Durante el viaje, el padre, Hernán, contrajo malaria, atravesaron Asia cuando había gripe aviar, África con el ébola y Centroamérica con dengue.
Tocaron el monte Everest, probaron balut (huevo de pato fertilizado) en Asia, bailaron con los himba en Namibia, entraron en la tumba de Tutankamón en Egipto, navegaron muchos mares.
Tras 362 mil kilómetros recorridos en cinco continentes a bordo de un auto de 1928, la familia Zapp culmina en Argentina, su país, la aventura viajera que comenzó hace 22 años, convencida de que la “humanidad es maravillosa”.
La ciudad de Gualeguaychú, en la frontera de Argentina y Uruguay, es una de las últimas paradas antes de llegar el domingo al Obelisco, el famoso monumento en el corazón de Buenos Aires desde donde partieron Candelaria y Herman Zapp el 25 de enero de 2000. Vuelven con cuatro hijos adolescentes, nacidos en distintos puntos del planeta.
“Los sentimientos son muy encontrados. Estamos terminando un sueño o más bien cumpliendo un sueño. Lo lindo es vivirlo. ¿Qué vendrá después? Miles de cambios, miles de opciones”, dice Herman que, a sus 53 años ya sueña con dar la vuelta al mundo, esta vez en velero.
Candelaria tenía 29 años cuando emprendieron el periplo. Ahora, a los 51, dice que “todo fue más lindo que lo imaginado. Lo que descubrimos fue la gente”.
“La gente es maravillosa, es increíble la humanidad”, insiste la mujer que conoció 102 países, pese a que alguna vez “un conflicto o una guerra nos obligó a desviar el camino”.
Llevaban seis años de casados y tenían “buenos trabajos”. Habían terminado de construir su casa en las afueras de Buenos Aires, esa que finalmente será el hogar familiar. Deseaban hijos pero antes querían viajar. Comenzó así una aventura de mochileros hacia Alaska.
Alguien les ofreció el auto de 1928, un Graham-Paige, que estaba mal de motor y de pintura. “Ni siquiera arrancaba”, evoca Candelaria.
“El auto no tiene los mejores asientos, ni la mejor amortiguación, tampoco aire acondicionado. Es un auto que te obliga a estar alerta. No parece cómodo pero fue maravilloso, fue un ‘abre-puertas’, sirvió para las ciudades, para el barro, para la arena”, se entusiasma Herman.
En los 22 años solo usaron ocho sets de neumáticos y realizaron dos aperturas de motor.
“Si hubiera tenido una 4×4 cero kilómetros ahora ya no existiría, éste está más lindo ahora que cuando salió”, se entusiasma Herman mientras despliega hacia arriba la carpa que el auto lleva en su techo y donde duermen los cuatros hijos cuando les toca acampar.
Ya en ruta y con los dos primeros hijos -Pampa, nacido en Estados Unidos, de 19 años, y Tehue nacido en Argentina, de 16- agrandaron el auto. Se cortó por la mitad y le agregaron 40 centímetros y un asiento.
Así quedó preparado para la llegada de Paloma, nacida hace 14 años en Canadá, y Wallaby, en Australia hace 12.
Ahora se sumaron Timon, el perro, y Hakuna, la gata, adoptados durante una reciente estadía en Brasil, donde quedaron varados en 2020 por la pandemia del COVID-19.
Desde el techo, cae una lona que les da privacidad adentro del vehículo, donde duermen los padres. Llevan el maletero como cocina y en el motor pueden cocinar huevos y salchichas o calentar agua. Debajo de los asientos se guarda la ropa y los útiles. Como si fuera un caracol, el coche antiguo sirvió por muchos años de casa familiar.
“Es una casa pequeña pero con un jardín enorme, con playas, montañas, lagos. Si no gusta el paisaje, se puede cambiar”, bromea Herman. En la carrocería se lee: “Una familia viajando alrededor del mundo”.
En general, los Zapp se hospedaron en casas. Estiman en 2 mil los hogares que los recibieron. “Es increíble la humanidad”, se entusiasma Candelaria sobre la solidaridad recibida. “Muchos nos ayudaron solo por ser parte de un sueño”.
Pero no todo fueron rosas. Durante el viaje Herman contrajo malaria, atravesaron Asia cuando había gripe aviar, África con el ébola, Centroamérica con dengue.
“Salimos de un covid, entramos en una inmensa guerra, si esperamos el momento adecuado, va a haber siempre una razón para no cumplir los sueños”, dice Herman.
Por las calles de Gualeguaychú, las bocinas saludan el paso del Graham-Paige. Fanáticos de autos antiguos se acercan maravillados para sacarse una foto. Algunos compran un ejemplar del libro “Atrapar un sueño”, en el que los Zapp cuentan las experiencias vividas. Con 100 mil ejemplares vendidos hasta ahora, es su principal fuente de ingresos, aseguran.
Otros “abre-puertas” por el mundo fueron el astro Lionel Messi y el papa Francisco, por ser argentinos, como ellos. Incluso, los han ido a visitar para agradecerles y llevarles su libro.
Todo empezó como un viaje de seis meses, sin teléfonos celulares ni GPS, y solo 4 mil dólares ahorrados. Llevó cuatro años y un hijo llegar a Alaska, regresaron en barco a Argentina y recorrieron el país. Después siguió frica, Oceanía, Asia y Europa.
Tocaron el monte Everest, probaron balut (huevo de pato fertilizado) en Asia, bailaron con los himba en Namibia, entraron en la tumba de Tutankamón en Egipto, navegaron muchos mares.
Para los hijos, fue una experiencia directa que completó el colegio a distancia y las clases de la madre. En Argentina les espera la escuela presencial.
“Lo que más quiero es hacer muchos amigos”, dice Paloma.
Con información de AFP