José Ortiz / EN CORTO… SIN CORTES
Ella tal vez siempre lo ha sabido pero algo muy en el fondo no le ha permitido comprenderlo a plenitud. Las vallas metálicas, esa fría frontera que la separa del pueblo, cada vez la separa aún más de la victoria.
No se sabe a ciencia cierta si fue recomendación de su equipo de seguridad o si fue idea de ella. Pero es innegable: siempre fue y ha sido una pésima decisión.
Las vallas dan la sensación de segregación social, una especie de moderno Apartheid (¿sabrá la zacatecana lo que significa este término?). Las vallas son como corrales en donde se confina a los plebeyos, al proletariado.
Tras las vallas, el pueblo tiene ante sí a su Alteza Serenísima. Doña Nahle, la que cree que por haber sido secretaria de Estado nadie la merece. Se siente hecha a mano. Se cree la última Coca-Cola del desierto. Ella, la inalcanzable, casi etérea, casi única -según ella-. Precisamente, por no haber nacido en Veracruz, debería ser más sencilla con los veracruzanos. Pero no. Cree que nos viene a hacer el favor a los veracruzanos, para intentar gobernarnos, para someternos. Ella, la de la mansión en El Dorado. Ella, la del departamento en Nueva York. Ella, la del yate. Ella, la de las cuentas en paraísos fiscales. Ella, la dueña de muchas casas, de las que sabemos y de las que aún no sabemos. Ella, la del yerno de oro. Ella, la Señora de los Dos mil búfalos. Ella, la del collar de 57 mil pesos. Ella, la que se cree leona, feroz y voraz, pero voracidad por la lana. Ella, la Señora de las vallas. La intocable.
Separados por las rejas, por un lado la figura casi monárquica acompañada de su corte real, todos encumbrados en el elevado entarimado. Ellos, los poderosos, arriba. Los desposeídos o los integrantes de una clase social inferior, abajo y cercados por las barreras metálicas. Confinados en un corral, casi como seres de otra especie.
Sólo al final del mitin, la candidata se acerca a saludar a los presentes quienes se sacan selfies con quien se siente una “rock star”. Los simpatizantes estiran sus brazos y sus cuerpos a través de las estructuras metálicas para tocar a su Majestad.
AMLO, su mentor, su guía y su gurú, seguramente no se ha percatado de este detalle de su candidata en Veracruz. Pero si lo supiera, el populista Presidente lo más probable es que del puritito coraje, se jale furioso sus pelitos plateados, y gritaría a sus vasallos: “¡quiten esas pinch… vallas!”.
Lo grave del asunto es que pocos reparen en estos detalles y normalicen esta segregación social. Nuevamente, el Apartheid (¿sabrá la Tía Chío lo que significa?).
Las vallas metálicas no son nuevas, pero eran o son más comunes en actos de gobierno, como una medida de seguridad para el Gobernador o el Presidente de la República.
¿Pero vallas metálicas en mítines de candidatos que buscan el apoyo popular? Pues poco se había visto.
En contraste, vemos a Pepe Yunes darse verdaderos “baños de pueblo”. El peroteño abraza y se deja apapachar. Sin fronteras que los separen, el priista por momentos se funde con el pueblo y el pueblo se funde con él. Se logra esa fusión en la que la unidad se convierte en comunidad. Pueblo y candidato son uno solo, una sola identidad.
Probablemente haya quienes al leer esto piensen que estamos exagerando o que somos demasiado quisquillosos con estos detalles. Pero como decía Jesús Reyes Heroles: la forma es fondo. Y eso se verá reflejado en las urnas.