Y Mariana / DE HÉCTOR LUIS…

Y Mariana

De Héctor Luis…

Falleció Galindo” decía el mensaje de las 6:02 de esta mañana y, de inmediato, recreé tu imagen frente a mí, abriendo los brazos a la máxima capacidad para abrazarnos, como hacíamos en cada encuentro, mientras con tu particular tono de voz me gritabas: ¡Nutria! y reíamos para ponernos al día.

Como en oleadas llegan a mí recuerdos de tantas vivencias a tu lado: tus palabras sabias en aquella cena de inauguración de mi departamento, hace casi 20 años, y que han marcado mi ruta para bien; los cientos de veces que me contaste que me conociste desde la panza de mi mamá y la alegría que te daba verme formada como una profesional y compartir conmigo la jornada laboral; las horas que pasamos hablando de la producción radiofónica, televisiva y de cómo fuiste pilar en la construcción de Radiotelevisión de Veracruz; y de tus conferencias que pude escuchar cada tarde, con una taza de café de por medio, para aprender del mundo de las micro, pequeñas y medianas empresas, de las incubadoras de negocios, los fondos de financiamiento y los análisis del mercado.

Siempre he admirado el respeto que el sector empresarial profesaba por Pepe, por David y por ti; el engranaje perfecto que tenían los tres y la forma en que juntos tejían ideas para construir un mejor Veracruz.

Aún sin poder creerlo, bajo a prepararme el primer café de la mañana y, en cada sorbo, como si fuera magia, aparecen las imágenes de nuestras tardes de café en tu oficina, o en la de Pepe, para contarnos la vida, los recuerdos, las travesuras y los sueños.

Dibujo la emoción en tu cara y tu risa cada vez que me veías llegar a cualquier sitio a bordo del Jeep rojinegro; todas las veces que me susurrabas: ¿Hija, cuándo te vas a comprar tu camper?

En mis ojos se refleja el recuerdo de todas aquellas pláticas que tuvimos cuando tu hijo anunció que cruzaría el mundo por amor, y la miel que desbordaste apenas supiste de la llegada de cada uno de tus nietos.

En tu última visita a casa, al entrar preguntaste dónde tenía el bolsero que diseñaste especialmente para mí veinte años atrás y, en cuanto señalé el estudio, desde donde cumplía su función, la emoción se apoderó de tu rostro y recordamos aquella tarde en la que, en tu oficina del piso 14, te expliqué que me urgía resolver cómo ordenar mis bolsas, tomaste lápiz y papel, lo dibujaste con ganchos cortos y largos en dos niveles y, en menos de una semana, tenía el bolsero perfecto (porque no es perchero), en hierro forjado, firme, hermoso, con la calidad que sólo tú y tu fábrica podían ofrecer y, desde entonces, todos y cada uno de los días te recuerdo cuando me voy y vuelvo a casa, porque es ahí donde se resguarda mi bolsa.

Compartimos el amor y gusto por la buena comida y la buena bebida, pero sobre todo, por el mejor café para maridar con los más deliciosos postres… eso nos permitió acompañarnos en las comidas o las cenas durante las comisiones de aquel sexenio. Ahí aprendí de ti que hay que consentirnos en la vida y darnos gusto siempre, pero también que debemos moderarnos a tiempo porque más temprano que tarde nos llega la factura y, con ella, el momento de limitar y seleccionar lo que ingerimos.

Fue una noche de luna llena, en el Puerto de Veracruz, cuando, después de compartir la cena, nos detuvimos frente a la isla para contemplar el vaivén de la luz del faro, ahí me revelaste tu gusto por estos, pues representan la posibilidad de que toda persona que esté en altamar, no importa cuán oscura sea la noche, encuentre el camino de vuelta a tierra firme, el camino de vuelta a casa. Y desde entonces, siempre vienes a mi mente con la luz de cada faro que encuentro en mis andanzas.

Rememoro tus historias a bordo de la Lucky, tu lancha; las aventuras de pesca que intercambiábamos y revivíamos como si estuviéramos luchando nuevamente con el pez al momento de narrarlas, y se me estruja el corazón con nuestra promesa pendiente de, algún día, ir a tirar la caña juntos.

Tengo tatuada en el alma aquella frase que me repetías a la menor provocación: Es mejor un mal día de pesca, que un buen día de trabajo. Y definitivamente, no encuentro falla en esa lógica.

“Falleció Galindo” decía el mensaje de las 6:02 de esta mañana, y mientras me tomo la segunda taza de café me digo a mí misma que NO, que sólo te mudaste al mar, a pescar y a dar luz y ruta a todo marinero que se encuentre perdido, sin importar cuán oscura sea la noche… Espérame ahí, con caña y carnada que, llegado el momento, nos encontraremos para cumplir nuestra promesa de pescar juntos. Espérame ahí, abriendo los brazos a la máxima capacidad para abrazarnos, como hacíamos en cada encuentro, mientras con tu particular tono de voz me gritas: ¡Nutria! Y entonces nos pondremos nuevamente al día.

Hasta entonces, ¡Besos marinos, mi amado Delfín!

 

Mi amor y acompañamiento para toda tu familia y amigos.

In memoriam

Héctor Luis Galindo Delfín.