México bajo presión: Trump impone el ritmo y Sheinbaum intenta resistir

Por José Ortiz Medina

El reloj ya está corriendo. Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca y con él, su estilo de diplomacia basado en la imposición, la amenaza y la humillación pública de sus interlocutores. México es ahora el epicentro de su agenda de seguridad, y su discurso no deja espacio para negociaciones prolongadas. Tres meses. Ese es el plazo que ha dado para que la administración de Claudia Sheinbaum presente resultados concretos en la lucha contra el crimen organizado. Detenciones, extradiciones y una estrategia efectiva contra el fentanilo. No excusas, no explicaciones.

El mensaje de Trump es claro: si México no puede, Estados Unidos lo hará. Y para dejar en claro que su paciencia es limitada, su gobierno ha decidido tomar medidas unilaterales. El 21 de enero de 2025, a las 00:00 horas, comenzó la operación “Missiles of Well-Being”. A las 03:15 am, un dron Reaper cruzó la frontera a 40 mil pies de altura y lanzó dos misiles Hellfire en algún punto del territorio mexicano. Según la versión oficial de Washington, la acción destruyó un laboratorio identificado como un punto clave en la producción de fentanilo. Pero lo que quedó claro es que el gobierno de Sheinbaum ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que la noticia sacudiera la relación bilateral.

Pero Trump no se detuvo ahí. En una conversación tensa con Sheinbaum, dejó caer otra bomba política: su equipo de inteligencia ha identificado vínculos entre políticos mexicanos y el crimen organizado. No dio nombres, no mostró pruebas, pero la amenaza quedó en el aire. El mensaje es simple: o entregan resultados, o Estados Unidos pondrá a figuras del poder en la mira.

Sheinbaum intentó proyectar firmeza, habló de respeto a la soberanía y de la importancia del diálogo. Trump, en su estilo, la interrumpió con la contundencia de siempre: “Mis electores quieren resultados, no explicaciones”. A diferencia de otros tiempos, donde México aún podía jugar a la ambigüedad, la nueva realidad geopolítica no deja margen para discursos grandilocuentes.

La Casa Blanca ha trazado una línea y la 4T está en un dilema: ceder ante la presión estadounidense y desatar una purga dentro de su propia estructura de poder, o resistir, arriesgándose a un conflicto abierto con su principal socio comercial y vecino. Mientras en Palacio Nacional aún intentan digerir la nueva dinámica, Washington ya impuso sanciones de visa, endureció inspecciones en la frontera y amenaza con más medidas si no hay respuestas inmediatas.

Lo que está en juego no es solo la relación bilateral, sino el control narrativo sobre el poder en México. La 4T ha construido su discurso sobre la lucha contra la corrupción y la soberanía nacional, pero ahora se enfrenta a un escenario en el que las presiones externas podrían exponer las contradicciones de su propio proyecto.

Y mientras todo esto ocurre, la izquierda latinoamericana sigue aferrada a sus viejas glorias, presumiendo fotografías de su pasado guerrillero como si la historia le debiera algo. Pero la realidad es otra: el mundo ha cambiado, y las élites de derecha tienen claro su camino. Trump no solo trae de vuelta su retórica incendiaria, sino una maquinaria política aceitada con el poder de las redes sociales y una visión del mundo en la que los débiles no tienen cabida.

México ya está en la línea de fuego. El reloj avanza y en tres meses, la 4T podría encontrarse con un escenario que jamás imaginó: una crisis interna desatada no por la oposición, sino por la mano firme de su vecino del norte.