El talón de Aquiles de México: las remesas y su frágil sostenimiento

Por José Ortiz Medina

En un país donde la narrativa oficial celebra el récord histórico de las remesas, pocos se atreven a señalar la cruda realidad: México se ha vuelto peligrosamente dependiente de los envíos de dólares de sus migrantes en el extranjero. Sí, esos mismos héroes anónimos que el gobierno presume en cada informe, pero que enfrentan una nueva amenaza desde el norte. Donald Trump ha vuelto, y con él, una política migratoria implacable que amenaza con golpear no solo a los migrantes, sino también a la economía de millones de familias mexicanas.

Para entender la magnitud del problema, basta con observar las cifras. En 2023, las remesas representaron 63.3 mil millones de dólares, aproximadamente el 3.5% del PIB nacional, superando sectores estratégicos como la inversión extranjera directa y el turismo. En estados como Chiapas, Guerrero y Michoacán, estas transferencias representan entre el 10% y el 16% del PIB estatal, convirtiéndose en el principal sustento económico de regiones enteras. En algunos municipios, como Tlapacoyan en Veracruz, las remesas incluso superan los presupuestos municipales.

Sin embargo, este aparente éxito es un espejismo que oculta una grave vulnerabilidad. El modelo económico mexicano ha fallado en crear oportunidades suficientes para que millones de personas no dependan de un ingreso que, literalmente, proviene del otro lado del río. Ahora, con Trump de regreso y su promesa de intensificar las deportaciones, esta dependencia se convierte en un riesgo monumental.

En su primera semana de gobierno, Estados Unidos ya ha deportado a 4,000 migrantes, y se espera que esta cifra aumente en los próximos meses. La llegada masiva de migrantes deportados representará un golpe directo a estados como Veracruz, donde los servicios públicos, la infraestructura y el mercado laboral ya están al límite. Además, muchos de estos migrantes llevan años fuera del país, con hijos nacidos en el extranjero que tendrán que adaptarse a un sistema educativo y cultural completamente ajeno.

Pero el problema no termina ahí. Si las remesas comienzan a caer, millones de familias mexicanas perderán su principal fuente de ingresos. Este golpe no solo afectará a las economías locales, sino también al peso mexicano, que podría debilitarse aún más frente al dólar. Las calificadoras internacionales ya advierten sobre los riesgos de esta dependencia, y no se equivocan.

El verdadero talón de Aquiles de México no es solo la falta de empleo o los salarios bajos, sino la incapacidad histórica de diversificar su economía y fortalecer su mercado interno. El gobierno actual ha preferido apostar por proyectos faraónicos como el Tren Maya o Dos Bocas, mientras que la realidad de millones de mexicanos sigue dependiendo de la solidaridad de sus familiares al otro lado de la frontera.

La clase política no puede seguir ignorando este problema. Si México no toma medidas para crear empleos dignos, mejorar la educación y garantizar oportunidades reales, la llegada de migrantes deportados no será solo un problema social, sino una crisis económica de proporciones históricas. Y mientras tanto, el gobierno tendrá que enfrentar una pregunta incómoda: ¿qué pasó con ese país que prometía bienestar para todos, pero que ahora depende de dólares ajenos para sobrevivir?

La magnitud del problema ya está aquí. Lo que está por verse es si el liderazgo político tiene la capacidad de enfrentar esta realidad antes de que sea demasiado tarde.