José Ortiz / En Corto
Dicen que en política, como en el baile, hay momentos para moverse y momentos para sentarse. Pero parece que a Cuitláhuac García nadie le explicó la segunda parte. En seis años, Veracruz lo conoció más por sus pasos de baile que por sus pasos de gobierno, y ahora, sin la investidura del cargo, sigue creyendo que puede marcar el ritmo del proceso interno de Morena en el estado.
Su insistencia en seguir metiendo las manos en la elección es evidente. Dorheny García Cayetano, su incondicional diputada local, es solo una de las tantas piezas que mantiene activas. Esteban Ramírez Zepeta, dirigente estatal de Morena, su exincondicional de placeres culposos (según dicen las malas lenguas), tampoco ha soltado la pista, porque Cuitláhuac sigue tratando de imponer a sus candidatos, candidatas y hasta candidates.
Aquí lo raro es que “mágicamente” Dorheny -quien contrario a lo que se creía, no son parientes- resultó “bien posicionada” en las encuestas.
Pero Cuitláhuac debería tener cuidado, porque en política, como en el baile, hay pasos en falso que pueden costar caro. Los de arriba ya lo tienen medido y lo están dejando jugar… pero solo hasta que convenga. Si algo ha demostrado Morena en Veracruz es que, cuando el guión no les favorece, no tienen reparo en apretar eso que disque tiene abajo para que se quede quietecito.
Así que no sería sorpresa que, en los próximos días, a Cuitláhuac le recuerden que su tiempo ya pasó y que lo mejor que puede hacer es quedarse en la CDMX con su séquito de ayudantes y “queridos” amigos: Vladimir, Juan Carlos y, por supuesto, Alex Huerta, quien le sigue ayudando a ser feliz.
El problema es que él no se da cuenta de que ya no está en la pista. Y si sigue insistiendo en bailar donde no lo invitan, alguien le apagará la música de un solo golpe. Porque en política, el que no sabe cuándo sentarse, termina en el suelo.