José Ortiz / EN CORTO
Cuitláhuac García nunca fue un hombre de estrategia. Gobernó Veracruz con la ligereza de quien piensa que el poder es una casa de estudiantes, donde las decisiones se toman entre botellas de mezcal y ocurrencias de madrugada. Así lo hizo en Casa de Piedra, su búnker de Xalapa, ese espacio donde, entre brindis y discursos de autoayuda, se definieron cargos públicos que marcaron el desastre de su administración. Que le pregunten al Poder Judicial del Estado de Veracruz, donde un prominente de nombre Alejandro, alias Alex, salió premiado con un puesto tras una de esas reuniones de baño y vapor.
Pero la resaca del poder es más dura que cualquier cruda. Hoy, el hombre que se creía invulnerable vuelve a su escondite de Casa de Piedra, no como gobernador, sino como prófugo de la realidad. La Auditoría Superior de la Federación (ASF) le ha lanzado un torpedo con más de tres mil millones de pesos en observaciones, un escándalo que amenaza con arrastrarlo a los pantanos de la justicia. Y es que la corrupción, por más disfrazada de austeridad que esté, siempre deja huella. Ahora, el exgobernador de las ocurrencias y los despeinados discursos enfrenta su prueba más dura: rendir cuentas sin el respaldo de Palacio Nacional.
En política, los que ayer blandían el cuchillo, mañana terminan en el matadero. Cuitláhuac gobernó con el filo de la persecución política, utilizando la Fiscalía y el Poder Judicial como herramientas de vendetta, azuzado por su entonces secretario de Gobierno, Eric Cisneros, quien no desperdiciaba una oportunidad para abrir fuego contra el diputado Javier Herrera Borunda y su grupo político. Pero la mesa ha dado un giro: hoy, Herrera Borunda es el presidente de la Comisión de Vigilancia de la ASF, el ente que le lleva las cuentas a Cuitláhuac.
Qué vueltas da la vida. Aquel que orquestaba ataques hoy busca refugio en la indulgencia de sus pocos leales. Sus llamadas ya no las contestan todos. Algunos ya se deslindaron, otros guardan silencio y los más astutos ya negocian su salvación. Porque en este juego de poder, la lealtad es una moneda volátil, y las vacas sagradas de ayer pronto se convierten en carne de matadero.
La pregunta es: ¿quién salvará a Cuitláhuac García ahora? Rocío Nahle, la nueva dueña del trono en Veracruz, no tiene ningún interés en cargar con el muerto de su antecesor. Desde su llegada, ha dejado claro que el pasado es pasado, y que cada quien debe responder por sus propios errores. Y si alguien pensó que Claudia Sheinbaum iba a rescatarlo, es que aún no ha entendido que la nueva presidenta tiene otras prioridades que atender a un gobernador venido a menos.
El escenario está claro: la caída de Cuitláhuac ha comenzado. El hombre que alguna vez se creyó infalible hoy se tambalea, intentando reunir lo que le queda de poder para evitar lo inevitable. Pero en política, los carniceros de ayer siempre terminan en la res del mañana. Y en Veracruz, la navaja ya está afilada.
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