José Ortiz
Hay quienes llegan al poder por méritos, otros por arrastre, y algunos, como Felipe Pineda Barradas, por el arte de lamer, brincar y traicionar. Porque esa ha sido su trayectoria en la política veracruzana: una mezcla de oportunismo, ambición y bajeza, aderezada con una peligrosa arrogancia que solo tienen los que creen que su suerte nunca se va a agotar.
Felipe no es de la Cuenca. Vino de Perote, sin historia ni arraigo, y se coló en la política regional gracias a favores que él mismo ha olvidado… pero que los demás no. En Acula, un municipio irrelevante si no fuera por el control que ejerció con su esposa, montaron un pequeño feudo de censura, simulación y abuso, desde donde comenzó a gatear en el escenario político.
Antes de ser “el de Morena”, Felipe era uno de los más cercanos a Bola 8, ese personaje que desde el poder operó en contra de la hoy gobernadora. Lo vieron llevarle pasteles, rendirle pleitesía, y participar de sus reuniones. Fue parte del grupo que saboteó desde dentro, y ahora pretende borrarlo como si no hubiera quedado evidencia.
Y no fue sólo lealtad equivocada. Fue conveniencia pura. Cuando la corriente cambió, Felipe se colgó el chaleco guinda y se disfrazó de leal, pero ya era tarde: las traiciones estaban anotadas y los pactos sellados.
Lo más infame fue su puñalada a quien lo ayudó a surgir. La diputada federal Mago Corro fue quien le dio proyección, recursos, respaldo. Y Felipe, en respuesta, se le fue por la espalda. Se habla de 16 millones de razones que podrían explicar cómo se gestó ese rompimiento. Él sabrá a qué se refiere esa cifra. Los de adentro también.
Hoy, disfrazado de legislador serio, Felipe insiste en jugar al operador político. Se mete en los procesos municipales, presiona a aspirantes, empuja candidaturas como si tuviera legitimidad. Incluso después de que, en una reunión en Alvarado, la gobernadora le pidió de frente que no interviniera más. Pero no entiende. O no quiere entender. O cree que nadie se atreverá a decirlo públicamente.
Y mientras tanto, sigue hablando sin sentido, declarando sandeces, posando como jefe político. Algunos, en tono sarcástico, dicen que la banda gástrica que se mandó poner le afectó más arriba. No es broma: desde entonces no hay una declaración suya que no cause pena o molestia.
Lo peor es que ahora quiere imitar el estilo del fallecido Juan Carlos Molina, sin el respeto que éste se ganó, sin su organización, y sin su capacidad. Cree que puede presionar a los mismos actores, que puede imponer como él, que puede hacer política con amenazas y simulación. Pero no. A Felipe le falta todo lo que se necesita para ser líder, y le sobra lo que destruye a cualquier proyecto: ego, traición y hambre mal encausada.
Si Morena quiere sobrevivir a este tipo de perfiles, tiene que sacudirse de personajes como Pineda, que sólo estorban, dividen y le hacen el trabajo sucio a los adversarios.
Porque aunque no lo digamos con nombre y apellido en la boleta, esta columna tiene destinatario. Y cuando la lea, va a saber perfectamente que es para él. Que es de frente. Que es con todo. Y que no se le va a permitir seguir manchando con su ambición la Cuenca, ni el movimiento.