OPINIÓN / México se hunde: los tres golpes internacionales que exhiben al régimen de la soberbia

José Ortiz / EN CORTO

En menos de una semana, México ha sido exhibido ante el mundo no una, sino tres veces. Como si la historia nos gritara con desesperación que este proyecto de nación, edificado sobre la soberbia, la improvisación y el culto a un solo hombre, ha comenzado a desmoronarse sin remedio. La realidad internacional no perdona, y mientras en Palacio Nacional siguen celebrando monólogos, el país cae en picada.

Primero, Estados Unidos incluyó oficialmente a México en su lista de “países adversarios”. No se trata de una exageración retórica ni de una anécdota diplomática. Es un mensaje directo, crudo y alarmante desde nuestro principal socio comercial. Entrar en esa lista significa que Washington ya no ve a nuestro país como aliado estratégico, sino como un riesgo potencial para su seguridad nacional. ¿Cómo llegamos a este punto? Años de desprecio por la colaboración internacional, de coqueteo con dictaduras latinoamericanas y de permisividad frente al crimen organizado nos han llevado a ser percibidos no como socios confiables, sino como amenaza. La política de “abrazos” no sólo fracasó dentro de nuestras fronteras: ha puesto a México en la mira del Departamento de Estado.

Como si no fuera suficiente, apenas se empezaba a digerir este golpe cuando estalló otra bomba: el Departamento del Tesoro estadounidense señaló por presunto lavado de dinero a una casa de bolsa mexicana ligada directamente a Alfonso Romo, quien fue jefe de la Oficina de la Presidencia de López Obrador. El hombre que manejó los hilos económicos en los primeros años de la 4T, hoy aparece relacionado con redes financieras ilícitas. ¿Dónde quedó la supuesta “honestidad valiente”? ¿Cuántas veces se repitió que este gobierno sería distinto, que no se rodearía de corruptos? El círculo cercano del poder, una vez más, muestra que el discurso anticorrupción fue un espejismo: el lodo estaba dentro de casa.

Y por si algo faltaba para coronar el desastre, la Organización de las Naciones Unidas anunció que México ha sido inhabilitado para votar en sus sesiones por no pagar su cuota anual. Una vergüenza internacional sin precedentes. Un país de casi 130 millones de habitantes, que aspira a liderar el sur global y presume de ser defensor de la justicia, ni siquiera fue capaz de pagar su membresía básica en el organismo que vela por la paz mundial. La causa: negligencia administrativa, desinterés absoluto o simplemente desprecio por la diplomacia. Sea cual sea la razón, el mensaje es el mismo: México ha perdido su lugar en la mesa donde se discuten los destinos del planeta.

Tres golpes. Tres señales inequívocas de que el país está mal gobernado. La presidenta guarda silencio. Los voceros oficiales maquillan lo evidente. Y mientras tanto, una ciudadanía adormecida apenas comienza a despertar del embrujo del populismo. Es cierto que no todos los días se colapsa la legitimidad internacional de una nación. Pero cuando eso ocurre, cuando los cimientos diplomáticos, económicos y morales se agrietan al mismo tiempo, solo queda una salida: reconocer el fracaso y exigir un viraje inmediato.

Porque el mundo ya no respeta a México. Y la historia no perdonará a quienes permitieron que el país se hundiera entre aplausos ciegos, slogans vacíos y complicidades disfrazadas de esperanza.