Cuando mirar afuera duele
José Ortiz / EN CORTO
Hace poco leí una columna del escritor Francisco Martín Moreno titulada “La envidia me devora”, en la que confiesa sentirse invadido por la envidia al ver lo que han logrado otros países, mientras México parece caminar en reversa o, en el mejor de los casos, a paso lento. Confieso que comparto ese sentimiento.
No se trata de esa envidia vulgar, la que desea que al otro le vaya mal. Es una envidia más triste, más silenciosa: la que nace de ver lo que podríamos ser y no somos. La que se experimenta al mirar cómo en otras naciones encarcelan a expresidentes corruptos, mientras aquí siguen cortando listones y dando entrevistas.
La columna de Martín Moreno lanza una pregunta tras otra, como si fuera una letanía de lo que México no tiene pero sí podría tener. ¿Qué tal un sistema de salud que funcione, sin tener que empeñar un riñón para salvar otro? ¿Qué tal policías que protejan en lugar de extorsionar? ¿Qué tal empleos formales que no exijan lealtad política, sino capacidad?
Y claro, uno se pregunta también: ¿por qué no? ¿Por qué seguimos atrapados en una clase política que administra el poder como si fuera botín? ¿Por qué normalizamos los servicios públicos que no sirven, las escuelas sin agua, los hospitales sin médicos, los trámites que solo avanzan si “hay voluntad”?
Martín Moreno habla de trenes subterráneos, óperas públicas, universidades de prestigio, y parques limpios en países donde la recaudación se invierte en calidad de vida. Y mientras tanto, en México, ¿en qué se nos va el dinero? ¿En campañas anticipadas? ¿En obras faraónicas? ¿En programas clientelares?
No se trata de negar los avances, porque sí los hay. Pero también hay que reconocer los retrocesos, las omisiones, las oportunidades desperdiciadas. El problema no es solo lo que no se ha hecho, sino lo que se prometió y no se cumplió.
La envidia, en este contexto, no es un pecado. Es una forma de dolor cívico. Es el reflejo de una ciudadanía que sabe que merece más, pero a la que le han enseñado a conformarse con menos.
Como bien insinúa Francisco Martín Moreno, tal vez necesitamos transformar esa envidia en algo más útil: en exigencia, en participación, en voto informado, en resistencia a la manipulación. Porque lo que otros países lograron no fue por milagro, sino por voluntad y por instituciones que sí funcionan.
Y si alguna vez México quiere dejar de dar lástima ante el espejo internacional, quizá deba empezar por asumir su potencial. Por dejar de alimentar la mediocridad con aplausos y justificar todo con frases huecas.
Porque mirar afuera solo duele cuando adentro ya renunciamos a cambiar.





