I
Con un café de por medio, acepta que su vicio son los cigarros, y me pregunta si no me molesta si fuma… “¡Adelante!”, no me desagrada. Son unos diez los que se fuma al día, según su cálculo, pero dice que igual disfruta de la lectura, de cualquier género, pero si es especializada en la materia de Derechos Humanos, ¡mejor! Así, de rapidito, descubro los dos vicios y la pasión de Namiko Matzumoto Benítez, secretaria ejecutiva de la Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas (CEAPP): Cigarros, libros y derechos humanos.
II
Está entre los aspirantes a Ombudsman en Veracruz (¿ella sería Ombudswoman?), y de cierto modo, bien pudiera ser la pionera en nuestro estado en esta materia y más aún, la “mamá” del Programa Estatal de Derechos Humanos no sólo en Veracruz, sino también en Coahuila y Baja California, por citar algo. Tiene roce profesional con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y cantidad de organismos en este ramo no sólo a lo largo y ancho de América, sino allende el Atlántico, pero de su papel en esta actividad así como en la Comisión de Periodistas, será un asunto a tratar otro día.
III
¿Qué significa Namiko? le pregunto: “Hija de las Olas”. Su apellido no tiene significado, me dice y sí, es evidente que es japonés… ¿de tu padre?… “no, de mi abuelo”, un trapecista del Circo Matsumoto que llegó a México y ya no regresó al Sol Naciente. Aunque ignora el nombre de pila japonés, para ella siempre será Enrique Matzumoto Ogawa, quien hizo sus primeros pininos en Tampico, Tamaulipas, para al final asentarse en Veracruz… en El Higo. Allí, el padre de Namiko hizo su familia heredando no sólo el nombre, sino las habilidades farmacéuticas del abuelo. Años más tarde, emigrarían a Xalapa.
Con cinco hijos, don Enrique los enseñó a estudiar, pero a la vez, a cooperar con el sustento familiar y entonces, a los 17 años, Namiko ya tenía un empleo los fines de semana: ¡pintora de brocha gorda! A la fecha, la también académica de la Facultad de Derecho es un estuche de monerías pues va su gusto de la jardinería a plomería, carpintería, tallado de madera ¡y cocina! todavía se da el lujo de presumir que un día antes a nuestra plática, preparó un zacahuil con su mami.
–Bueno, ¿entonces qué hace Eduardo, tu marido?– le pregunto. Nos reímos.
IV
Unos jeans, botitas, suéter abrigador (el clima lo amerita), reloj y una cadenita… pero sin anillo que evidencie su matrimonio… tampoco está la clásica marca en el dedo por el uso cotidiano de la sortija. Le hago la observación y la respuesta me deja frío: ¡Nos lo robaron! Entraron a su casa y se volaron la cajita de “cositas” hace como siete años. Pero cuando cumpla 30 años de casada con Eduardo, piensan comprarse nuevas sortijas, pero “lo que realmente importa es lo que no se alcanza a ver: el amor, la empatía, el respeto. Todo eso que da solidez a una relación… puedes traer un anillo muy bonito y sólo ser apariencia. Creo que lo que a mí me da fortaleza como ser humano es la unidad familiar que tengo con Eduardo”.
Pero no es la única vez en la que la delincuencia le ha causado estragos… una ocasión, caminando por la calle Lucio, entre Poeta Jesús Díaz y Libertad, ¡por poco y pierde una oreja! Un ladrón intentó arrancarle un arete pero no pudo. Lo que sí se llevó fue una pulsera.
V
Sin embargo, no sólo la delincuencia la ha tratado mal… en su papel como secretaria ejecutiva de la CEAPP, ha sido criticada severamente por la prensa, a tal grado que la han señalado de lesbiana (lo que le tiene sin cuidado) así como de que su única relación con los medios ha sido sirviéndoles café, a lo que responde que “en nada te degrada servir un café. Te platico: Sufrí mobbing (acoso laboral) en el Poder Judicial”. Allí trabajó como proyectista. Entonces, solicitó su cambio de adscripción y la pasaron al área de Comunicación Social en el Tribunal Superior de Justicia (TSJE), “donde conocí a Manolo Santiago, un tipo muy agradable, bella persona, del que aprendí mucho”.
Parte de su función era preparar la sesión del Consejo del martes y entonces se dio cuenta que los reporteros que cubrían la fuente, llegaban agitados, corriendo, porque venían del Congreso u otras fuentes, y sugirió al Presidente del TSJE tener una atención con ellos poniendo agua, café, galletas. Le pareció buena idea y le encomendó la tarea; así, cuando llegaban los reporteros, se los ofrecía, “porque me parecía un buen gesto. El hecho de que lo hayan hecho público no me ofende”, dice.
VI
Un poco de jugo, cuatro cigarrillos, una taza de café con su respectiva escala en el baño, así como una tirada de cenicero que ella misma se encarga de recoger junto con los residuos, me muestran a una señora sencilla, agradable; pero su plática exhibe a una académica preparada en la materia de Derechos Humanos así como a una mujer apasionada de los mismos. Oírla hablar de sus inicios, cuando empezó a trabajar, estudiar, capacitarse en Derechos Humanos y todo mundo le decía que estaba loca pues se iba a morir de hambre; oírla hablar de que no estaba equivocada en sus sueños; oírla comentar que es parte activa en la creación de programas en esta materia en otros estados y el nuestro; de ser invitada especial en diversos países donde ha expuesto en foros, dado pláticas y capacitación; de “entrenar” jóvenes universitarios para concursos en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y coordinar el Programa de estas garantías en la UV, le hace respirar hondo, profundo porque sabe que, hoy por hoy, el centro de la impartición y procuración de justicia, del ejercicio público, ¡de todo! son los derechos humanos y tiene bastante para demostrar ante los diputados el porqué quiere ser la Presidenta de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos.
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