DEMOCRACIA, SIN PARTICIPACIÓN CIUDADANA, ES IGUAL A PARTIDOCRACIA.

La efervescencia política que se vive en México, no permite la indiferencia, ni la falta de definición, en aquellas personas que antes no se interesaban en conocer a los lideres políticos, a los partidos y asociaciones políticas, a los candidatos que participan en cada elección; a las autoridades encargadas de regular los procesos electorales; pues para muchos ciudadanos, la política ha sido siempre, sinónimo de estrategias y tácticas para llegar al poder y entronizados en el poder, los políticos se olvidan de las promesas de campaña, y los compromisos con los electores. Por ello la actividad política y quienes se dedican profesionalmente a ella, arrastran un gran desprestigio, dando lugar a que los distintos sectores de la sociedad, manifiesten su repudio a la clase política.
El esquema se repite en cada proceso electoral, pues cuando los candidatos se presentan a demandar el voto ciudadano, hacen un gran esfuerzo por mostrarse carismáticos, educados, entusiastas y preparados para responder a los reclamos y propuestas que emanen de la sociedad civil. Juran y perjuran los candidatos, que nunca han de dar la espalda a los electores y que practicaran una política de puertas abiertas y atención permanente a la población. Lo malo es que la realidad traiciona a los políticos y sus promesas de campaña; ya que llegando al cargo, se transforman y aparecen con una actitud mezquina, negándose a resolver las demandas sociales y en el peor de los casos, le cierran las puertas a la ciudadanía, o le aplican la política del garrote, que se caracteriza por la actitud represiva e intolerante de los gobernantes, frente a los disidentes, a los críticos o a los periodistas dispuestos a denunciar los abusos y latrocinios del erario público, de funcionarios deshonestos, que han ensuciado al gobierno y sus instituciones. Es por ello que no debe existir una sociedad sin participación activa en la realización de elecciones democráticas, para nombrar a los representantes del pueblo, en las decisiones de gobierno.
Desde los elementales cursos de civismo, en las escuelas primarias se enseñaba a los alumnos, la definición de “Gobierno Democrático” y se afirmaba que en los gobiernos democráticos, el pueblo elige a las personas que tendrán su representación, para defender sus intereses y para generar un bienestar colectivo, que mejore la calidad de vida de todos los habitantes de la comunidad. La antigua definición de la democracia, se concreta en los siguientes términos: Democracia significa, elegir un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. A propósito de esa definición, el politólogo italiano, universalmente reconocido por su prolífica obra, doctor Giovanni Sartori, fallecido el día de ayer a los noventa y dos años, sostuvo que la tradicional definición antes comentada, no resultaba ser tan simple como su definición etimológica (democracia, significa: demos=pueblo y kratos=gobierno) lo que Sartori, quien fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2005; y en 2007 designado Doctor Honoris Causa por la UNAM y por la Universidad Complutense de Madrid, afirmaba su concepción democrática, vinculada a un sistema de partidos, argumentando que en democracia debe darse una competencia electoral entre partidos; competencia que se decide mediante el voto, libre, secreto y directo de los ciudadanos; concluyendo que la libertad para votar permite que el voto favorezca a unos y desfavorezca a otros, resultando de ello un ganador en cada elección democrática.
Giovanni Sartori que en paz descanse, mostró su oposición a la intromisión descarada de la “televisión” en cada proceso electoral, por considerarla mala consejera y manipuladora de la conciencia ciudadana en la toma de decisiones políticas. En México, los políticos y los partidos que gobiernan se reparten las posiciones y presupuestos públicos en lo oscurito, y utilizan para construir imágenes y destruir al contrario, a la televisión nacional; a algunos periódicos de circulación nacional, regional y local; y a la novedad del acceso a la información gratuita, que representan las redes sociales; los temas políticos que se tratan en la mayoría de esos medios, hacen que se tuerza la decisión original del elector y que se elija a los peores representantes populares y malos gobernantes, cuyos triunfos solo pudieron lograrse con el mal uso de la tecnología, al servicio de la comunicación y de quien la pueda financiar.
El comportamiento político incide para bien o para mal, en todos los habitantes de la comunidad y llega hasta el núcleo familiar, hoy tan resquebrajado, sin cohesión y sin proyectos de realización para los miembros de la célula fundamental del estado que siempre ha sido la familia. Es urgente y necesaria la participación ciudadana, consciente y responsable al emitir el sufragio, porque en política como en otros pasajes de la vida misma, no se aceptan reclamaciones, ni se valen los arrepentimientos. Por eso no se vale la pasividad o la indiferencia en los procesos electorales organizados para la elección de los gobiernos municipales; de los Estados; de los Diputados y Senadores del Honorable Congreso de la Unión; o de los Diputados de las Legislaturas locales; porque quien no participa en la elección de los depositarios del poder público, tendrá que aguantar los resultados de una mala elección, igual que quienes eligieron a los malos funcionarios que defraudaron la confianza pública. La elección de Gobernadores y Presidente de la República, debe ser preocupación fundamental de los electores y su voto, tendrá que ser pensado y repensado, para no cometer errores del pasado.
El sistema político mexicano, atraviesa por su peor momento, ante la falta de participación ciudadana y la conformación de grupúsculos que han contribuido a la creación de cotos de poder, donde se ejercen cacicazgos por quienes manipulan tradicionalmente a los electores. La indiferencia de los votantes, hace que unos cuantos interesados decidan por los demás; y los que participan en mítines o promociones de cada campaña electoral, engrosen los ejércitos de desilusionados, que después no reciben ni el saludo del personaje al que con su trabajo llevaron al triunfo electoral; la militancia en un partido político, no da derecho a ser candidato, ni a recibir parte del subsidio que con recursos públicos se otorga a los partidos; mucho menos le da derecho a reclamar un “reparto de utilidades” de lo que se robó en ejercicio del cargo el elegido.