“Desperté en… no me acuerdo del nombre. Bueno, desperté en ese lugar, y vi la playa y el mar, y me dio más energías para estar aquí con todos ustedes”. Malala Yousafzai (1997), Premio Nobel de la Paz de 2014, se presentaba así por primera vez en nuestro país ante un abarrotado auditorio del campus Santa Fe del Tecnológico de Monterrey (Tec) tras una jornada maratoniana. En la noche del miércoles, vio como las fuertes lluvias que azotaron la capital forzaron a desviar su vuelo hacia Cancún, donde pasó la noche.
Pero a nadie le importó que se retrasara unas horas el evento: la joven paquistaní provocó larguísimas filas en el acceso a la sala y, una vez en el escenario, arrancó gritos y aplausos entre los estudiantes de preparatoria y universidad de la institución. Quedaba clara la fuerza narrativa de su historia de superación y activismo.
Una historia personal que arranca en 2008, cuando con apenas 11 años inicia un blog para la BBC, bajo seudónimo, para relatar las penurias de las niñas de la región del Swat para acceder a la educación ante la creciente fuerza y presión de los talibanes en Pakistán. Allí, relató “cerraron 400 escuelas”. Cuatro años después, regresando de clases en autobús, un hombre le descerrajó tres balazos a bocajarro, pero sólo le atinó uno, y la bala no pudo acabar con ella. Tras su larga recuperación en Reino Unido, nació la Malala más activista y feminista.
Un activismo que centra en hablar de educación, con un tono combativo pero también agradecido. Agradecido sobre todo con su padre y su madre, que, recordó, siempre la apoyaron, cuando “los padres de otras niñas que querían alzar la voz no las dejaban”. Malala quiere empoderar a todas las niñas y adolescentes del mundo para que defiendan sus derechos, y recordó que todos debemos aprovechar las herramientas que tengamos a la mano para alzar la voz. Algo que, dijo, hoy es más fácil gracias a las redes sociales.
Malala insiste en explicar a las niñas que su voz vale; que su voz es fuerte. “La voz de una niña de 11 años asusta a los talibanes”, recordó sobre su experiencia. Luego le plantearon un juego: contestar con un adjetivo lo que le sugirieran varias palabras: “¿Niñas? Poder”, afirmó con contundencia entre furiosos aplausos, para convencernos a todos de que podemos contribuir a cambiar el mundo. Eso sí, con la educación adecuada. “Con educación, una mujer es independiente, piensa por sí misma, puede ser emprendedora, y un día, si tiene, podrá también dar educación a sus hijas”, explicó.
Malala, que tiene una fundación para ayudar a la educación de las niñas en zonas pobres, conoce los datos y sabe cuál es su papel como activista; además de mandar mensajes de inspiración, quiere ponernos frente al espejo: “Aún hay 200 millones de niños sin educación en el mundo, y de ellos, 130 son niñas”, recordó, generando un silencio de vergüenza.
El turno de preguntas, negado a los medios y a cargo de alumnos seleccionados del pomposo programa “Líderes del mañana” del Tec, redundó en lo hablado, y Malala tuvo ocasión de insistir en los enormes beneficios “para todo un país” de que la educación sea de garantías y “con seguridad” para las niñas.
Eso sí, fue en las preguntas cuando el contenido se reorientó más específicamente hacia México. Pero Malala sólo se había preparado una respuesta, a la pregunta que todo el mundo esperaba. “¿Qué opina de la dialéctica de Donald Trump y del muro que quiere construir en la frontera?”. Con la atención absoluta del público y con los reporteros con la pluma en la libreta y los ojos levantados hacia ella, la joven Nobel de la Paz recogió el guante: “Cuando miro al mundo me pregunto por qué hay tanto odio, si somos iguales. Tenemos nuestras diferencias, pero el odio es inaceptable, daña los corazones y no te deja vivir en plenitud. Vemos líderes ignorantes que no tratan de entender el sufrimiento de la gente; es decepcionante lo que está ocurriendo”. “La diversidad es belleza”, remachó, arrancando los aplausos de las casi 2 mil 800 personas que la escuchaban en vivo, a las que se sumaron las que siguieron la transmisión a través de internet.
Antes de zanjar la sesión posando, dibujando una media sonrisa desencajada, con una playera de los Borregos Salvajes del Tec con su nombre estampado, Malala puso deberes sobre equidad de género a los políticos: “En México hay muchas comunidades marginadas sin educación, y eso es muy triste”, aseguró, antes de insistir en que la lucha por la educación y la igualdad de oportunidades y de género es “de toda la humanidad”. Y específicamente instó a los hombres a contribuir a ello, apoyando a sus hermanas, madres, hijas o amigas.
Pese al azote de la realidad, al final, el mensaje de Malala siempre es positivo, y es lo que la hace magnética para las nuevas generaciones: “Nada las podrá detener, siempre que crean en ustedes mismas; las mujeres pueden hacer lo mismo o incluso más que los hombres, sólo no se pongan límites”. En un público rebosante de adolescentes, la salida era un desfiladero de sonrisas de oreja a oreja.





