El comunicado de la Arquidiócesis de Xalapa, està dedicado a la canonización de Papa Pablo VI y el arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero.
Fue el pasado 7 de marzo del 2018 cuando el Papa Francisco anunció esta decisión.
«Pablo VI fue Sumo Pontífice entre los años de 1963 a 1973, será el tercer papa que canoniza Francisco, después de San Juan XXIII y San Juan Pablo II; el arzobispo Oscar Romero fue asesinado de un disparo al corazón por un francotirador, el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba una misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, en San Salvador. Muy probablemente sean canonizados en octubre próximo, al término del Sínodo de Obispos sobre la juventud.»
El milagro reconocido en esta ocasión, que le llevará a la canonización es el de una niña nacida en la navidad de 2014 en Verona, Italia, con apenas 24 semanas de gestación, que sobrevivió.
En tanto que monseñor Oscar Romero nació en la Ciudad de Barrios, el Salvador, el 15 de agosto de 1917, se ordenó sacerdote en Roma en 1942; fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974, a partir de ahí emprendió una intensa labor en favor de los campesinos más pobres de su diócesis. El 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de San Salvador.
La persecución, que incluían expulsiones y asesinatos, contra sacerdotes y laicos, le llevó a enfrentarse con la dictadura de su país. En sus diferentes homilías en la catedral, mons. Romero denunció los atentados frecuentes contra los derechos humanos, su defensa de los pobres fue proverbial, levantando su voz a favor de los más humildes.
Un día antes de su muerte, el arzobispo Oscar Romero pronunció un sermón en el cual pidió a los soldados del ejército que no obedecieran órdenes de matar civiles: “hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante un orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios, una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”.
Monseñoe Romero fue asesinado, un día después, el 24 de marzo de 1980 mientras oficiaba la santa misa. El camino para llevarlo a los altares comenzó oficialmente en 1990, bajo el pontificado de Juan Pablo II. El decreto de su beatificación en 2015, reconoció su muerte como martirio “in odium fidei”, es decir que fue asesinado por odio a la fe y por lo tanto sin necesidad de un milagro.





