Y ahora, una del anecdotario de la grilla jarocha:
“Oye Evaristo, pero sí tú eras muy amigo de Fidel, ¿por qué no te dio un buen cargo?”.
Evaristo nada más movió la cabeza y sonrió como lamentando las vueltas que da la vida.
Cuentan que a principios de la década de los 70s, Evaristo estudiaba Derecho en Italia, mientras que Fidel estaba becado en Inglaterra en “The London School of Economics and Political Science”.
Muy amigos desde que estudiaban en Xalapa, los amigos se encontraron en el país en forma de bota.
Con la idea de tener una noche de copas, una noche loca, Fidel intentó meter de contrabando unas botellas de whiskey escocés, pero en la aduana se las confiscaron.
En su pésimo inglés y con acento cuenqueño, Fidel discutió con los guardias ingleses, no sin mucho éxito, así que entró sin bebidas a la tierra de Winston Churchill.
“¿Pero dónde están las viejas que me prometiste, Evaristo?”, preguntó casi exigiendo.
–Espérame tantito, Fidel, no seas desesperado…
–¡Pero ya, quiero cog… cabrón!, tiene días que no me chingo un cul…
–Tranquilo campeón… tranquilo. Ya verás los forros de vieja que te vas a comer. Jamás en tu vida has visto ni verás ejemplares más bellos como los que hoy en la noche te voy a mostrar.
–¿Hasta en la noche?, ¡no jodas, cabrón!
–Sí, hasta en la noche. Mientras, échate una siestecita porque la revolcada va estar de antología.
–¡Puta madre!.. bueno, pues si va a valer la pena… me espero.
Mientras Fidel dormitaba, Evaristo se frotaba las manos. Algo tenía en mente. El negro ya le debía muchas y ese era el momento de cobrárselas todas.
Pero Fidel no durmió mucho. A la media hora ya estaba despierto. Y como burro en primavera, a cada rato reclamaba la compañía prometida.
Por fin oscureció. Ambos llegaron a la famosa Plaza Leonardo Davinci, ubicada en Milano, famosa por su mercado sexual.
De repente, conforme el manto de la noche cubría todo, como cómplice de las bajas pasiones humanas, comenzaron a aparecer bellos cuerpos. Escotes y minifaldas. Las pieles blancas. Los rostros finamente maquillados. Pelucas de todos los colores. Fragancias exquisitas.
Fidel se puso loco de contento. “Evaristo, mira esa rubia”… ¿cuánto cobrará?”
“No sé, pregúntale tú”.
Fidel se acercó casi temblando de la emoción. La estatura mediana del cuenqueño contrastaba notablemente con su inminente conquista.
La “rubia”, con enormes bíceps y quijada pronunciada volteó a verlo, y con una voz ronca por la testosterona, le respondió: ¡son cien liras, guapo!
¡¡¡¡Chingas a tu madre, pinche Evaristo!!!!
Y Evaristo hasta se agarraba la panza de la risa. “¡Ya me pagaste una de tantas, pinche negro!”, espetó.
Mientras tanto, los demás sexoservidores miraban curiosos al par de extranjeros, pero el que más les llamaba la atención era el negrito que estaba hasta morado del coraje.
Pasaron los años. Y Evaristo nunca se imaginó que Fidel fuera a cumplir su sueño de toda la vida: estar en la plenitud del pinche poder.
Temeroso, Evaristo rogaba que sólo por una vez, a Fidel le fallara su prodigiosa memoria.
El problema es que sí se acordó y Evaristo tuvo un cargo menor.
Y eso que el ex poderoso solía decir que no era rencoroso. “No tengo santo aborrecido y no me caliento a la primera cachetada”.
Pero la bromita de Evaristo jamás la perdonó.