Los ciudadanos mexicanos no tenemos una tarea fácil frente a las próximas elecciones, este deber genera una pregunta: ¿cómo votaremos?
En los últimos días de la campaña ha tomado cuerpo la idea de los electores de votar a favor o en contra del candidato puntero, sin embargo los que no desean que éste llegue a la Presidencia se confunden porque no están seguros de la utilidad de su voto por que no saben quién ocupa el segundo lugar en las preferencias.
Las razones de estas confusiones tienen su origen en un hecho insoslayable: en estas elecciones lo que está en juego no es simplemente un cambio de gobierno, lo que nos jugamos es un cambio de modelo político e, incluso, económico.
Morena, antes que un partido, es una corriente política en torno al caudillo que la encabeza, éste ha abierto las puertas de su movimiento sin ningún escrúpulo a gente de todo tipo y tendencia; sus antiguos opositores y hasta sus enemigos, otrora furibundos priístas o perredistas, pasando por panistas con fama de ultraconservadores, han hallado cabida ahí, lo mismo que líderes sindicales, caciques o miembros de las autodefensas.
¿Puede acaso, adjetivarse, el perfil político e ideológico de Morena? ¿Es de izquierda, centro o derecha? Sin brújula, lo que se percibe son huestes que caminan un día en el sentido que ordena el caudillo y al siguiente, en la dirección opuesta. Vemos en Morena una imagen poco alentadora: una muchedumbre que corre detrás de un caudillo sin saber a ciencia cierta hacia donde se dirige pero que, eso sí, piensa que su carrera va en contra de la mafia del poder y de las minorías rapaces.
Por su parte, Ricardo Anaya, candidato del “Frente”, ha intentado una coalición de partidos que no termina por convencer ni a los propios involucrados en el experimento. Adoptó la costumbre de Calderón de fomentar alianzas aprovechándose de un sentimiento anti priísta, mismo que comparten el PRD, el PAN y MC, quizás, lo único que en el fondo comparten.
Sin embargo Anaya ha sabido plantearse como el único candidato verdaderamente de oposición, al plantar cara a López Obrador y al PRI gobierno. Es el único confiable para abatir la corrupción y la inseguridad.
Meade, quien está al frente de otra mezcla de partidos, es un funcionario público experimentado, de impronta liberal, que posee una extraordinaria formación profesional y un alto entrenamiento en la administración pública, que es superior a la del resto de los candidatos.
Sin embargo, su imagen es la de un candidato que es siempre tercero en todas las encuestas, un candidato que carga con el lastre como un “Pípila Moderno” del desprestigiado sello del PRI que, en este particular caso, bien podría leerse como RIP.
Del Bronco, poco hay que escribir que no sea anecdótico. En efecto, Jaime Rodríguez es una anécdota política incapaz de concretar las esperanzas del voto de castigo, del voto anti PRI y del voto de hartazgo que terminó llevándolo al poder en su estado.
Ante este escenario, los 4 candidatos deben advertir la difícil situación que atraviesa el país; estamos inmersos en una crisis de partidos y de políticos, donde ambos acarrean una imagen y fama común ganada a pulso: la corrupción e ineficacia.
La partidocracia mexicana perdió ominosamente la oportunidad de reformar el sistema político y haber concretado una auténtica transición hacia la democracia.
España expulsó a Rajoy de la Presidencia por la corrupción de su gobierno, México no podría hacer lo propio, ni hoy ni mañana con su actual estructura política y constitucional.
De ganar AMLO, tendremos un año de pirotecnia: reducción de salarios para los servidores públicos; eliminación de vehículos blindados, entre otras espectaculares pero inútiles medidas de austeridad. Estas medidas sólo servirán para paliar unos meses la inconformidad social acumulada y precipitar el fin del actual sistema.
A la larga Ricardo Anaya se perfila como la única opción viable y cambio real para el país, su triunfo garantiza solidez en las instituciones, en la aplicación de la ley en vez de la amnistía y de lograr una profunda reforma del sistema político y social, pues hasta hoy, parece ser que sólo AMLO, los delincuentes y los corruptos han sido los ganadores de este sistema.
(Fuente: El Universal/Opinión/Ignacio Morales Lechuga/Junio 13, 2018)