A diferencia de la explosión, que es la liberación simultánea, repentina y por lo general, violenta de energía calórica, lumínica y sonora, la implosión es la acción de romperse hacia dentro, con estruendo, las paredes de una cavidad en cuyo interior existe una presión inferior a la exterior.
En política, ejemplos de explosión hay muchos: como cuando al final del sexenio de Javier Duarte explotó toda la podredumbre de las empresas fantasma. O como con Miguel Ángel Yunes Linares, cuando la bomba detonó en plenos comicios que llevaron a la inminente derrota de ChiquiYunes. Esa explosión sigue generando más explosiones hasta la fecha: las videocámaras de vigilancia, las innumerables irregularidades halladas en la cuenta pública 2018… más lo que se acumule.
Casos de implosión en la función pública no son tan comunes. Hay el caso reciente de un hasta hace poco poderoso funcionario que habría caído de la gracia del gobernante, acaso por su voracidad y por no consultar algunos temas delicados. Pactos en lo oscurito con emisarios del pasado priista y negocios subterráneos, parecieran algunos de los pecadillos de este “Ángel Caído”.
Dice el enterado columnista Pablo Jair Ortega que desde el Olimpo de la 4T “no quieren que se sepan” los detalles de lo que por el momento es una especie de implosión, o sea, una explosión hacia dentro del paraíso morenista. Pero dicen que no tarda en explotar “hacia afuera” el escándalo del guerrero degradado. ¿Será?