Seis meses han pasado ya desde que se declaró la contingencia generada por el COVID-19, sin que podamos terminar de adaptarnos aun a la nueva normalidad; en la que muchas de las cosas se hacen ahora por costumbre, como el uso del cubre bocas, la aplicación de gel antibacterial, evitar el saludo de mano, los abrazos, las reuniones, aglomeraciones. Aunque estas medidas no han impedido que las personas mantengan comunicación a través de los dispositivos electrónicos como el teléfono celular o las computadoras, usando las redes sociales, echando mano de la tecnología, aprendiendo a utilizar nuevas aplicaciones para realizar reuniones virtuales, mediante plataformas como zoom y otras más que han innovado, inclusive como herramientas de trabajo principalmente en la impartición de clases y cursos de capacitación.
Si bien hemos tratado por los medios posibles mantener contacto con nuestros seres amados, amigos, compañeros de escuela, trabajo, vecinos, etc. Este tiempo nos ha enseñado el valor de la convivencia, que tanto extrañamos, anhelamos, pero sobretodo, hemos descubierto lo maravilloso, satisfactorio, reconfortante que resulta poder ayudar al prójimo, ante la necesidad de mucha gente que debido a las circunstancias adversas que se viven en cuestión laboral, económica e indiscutiblemente de salud, dejando a un gran número de personas en una situación de vulnerabilidad. Es ésta parte de la que quiero abundar en ésta ocasión. Ha transcurrido el tiempo de manera muy lenta para quien tiene sus esperanzas puestas en la reanudación de las actividades económicas, la reapertura de negocios, comercios, empresas, que han sido las más golpeadas por la emergencia sanitaria y hoy más que nunca necesitan de ayuda
Por ello, creo que es tiempo de dar y de dar más, de cambiar nuestra concepción de la solidaridad, de ser empáticos, de mostrar generosidad y gentileza con quien más lo necesita. Debemos dejar de lado todo enojo, remordimiento, cualquier pensamiento de odio, encono o hasta venganza, como dice el cantautor colombiano Juanes en una de sus canciones “es tiempo de saber pedir perdón, es tiempo de cambiar en la mente de todos, el odio por amor”. Debemos dar hasta que duela como decía la madre Teresa de Calcuta, sabiendo que al brindar auxilio, al tender la mano, no sólo se alivia el dolor o calma la aflicción del otro, también se logra experimentar una sensación de paz, un cambio interno profundo y significativo que se convierte en un crecimiento espiritual, que nos hace madurar y estar más cerca de alcanzar uno de los propósitos más sublimes que es el de amar a nuestros semejantes; me gustan dos frases del autor Og Mandino respecto a ello, decía el autor “Da siempre lo mejor de ti; lo que plantes ahora, lo cosecharás mañana” y “La felicidad es un perfume que no puedes verter en los demás sin dejar caer unas gotas sobre ti mismo”.
Hace unos días, de camino al banco, pasaba por la iglesia evangélica “Semillas de fuego” que se ubica en la Av. Xalapa, de esta ciudad capital, la cual tiene una cafetería al frente de sus instalaciones; ahí tuve la oportunidad de atestiguar la gran labor que realiza al convertirla en un comedor comunitario de 15:00 a 17:00 horas, con nutrida afluencia. No quise perder la oportunidad de saludar, felicitar y reconocer su trabajo a las personas que están dedicando tiempo, esfuerzo y dando amor a través de algo tan noble. También pude saludar a su pastor quien está pendiente de su congregación y dispuesto a brindar una palabra de paz a quien así lo requiera, mi reconocimiento para todos ellos. Dios bendiga y prospere su ministerio.
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