Por Yair Ademar Domínguez
Ni duda cabe que la transformación llegó para quedarse en el país. No hay otra ruta para el desarrollo de nuestra nación, para el bienestar de la población. Así lo quiere la gente, así lo gritan en los pueblos, en las comunidades que fueron abandonadas por los gobiernos neoliberales y que hoy han visto una luz de esperanza en un gobierno que los llama por su nombre, que los atiende, que los ve al rostro y que toma sus manos para caminar con ellos.
Este lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo en su conferencia mañanera: “Como veo yo las cosas voy a entregar la banda presidencial a una mujer que piensa como piensa la mayoría del pueblo; una mujer que se llama JUSTICIA. El futuro, el porvenir, viene acompañado de la justicia y esto aplica en lo nacional y en Puebla. Yo estoy muy seguro, muy seguro, que va a continuar la transformación, porque eso también es importante, creo que es esencial”, aseveró en esa histórica ciudad.
El mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, como se ha señalado aquí, marca un antes y un después en la historia de nuestro país. Los gobiernos emanados del neoliberalismo lucraron con la política para ellos, para sus amigos y para los grandes consorcios internacionales. No practicaban la democracia. Quitaban y ponían gobiernos a su antojo. Los mandatos eran, como lo ha dicho AMLO, “un parapeto”, porque los que tenían el control eran unos cuantos, “una oligarquía corrupta”.
Por eso nadie les cree cuando salen a la calle a exigir democracia. ¿Que no hay democracia? ¡Por favor! El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, como nunca en la historia, ha puesto a la gente, al pueblo, en lo más alto, en la punta de la pirámide del poder. Antes, ahí arriba, acomodados en sus lujosas residencias, estaban solamente los gobernantes, los tlatoanis, los señores de horca y cuchillo, como aquellos de la época feudal que tenían jurisdicción hasta para decidir sobre la vida de otras personas.
Nadie les cree, señores, señoras. Tuvieron oportunidades históricas ¿y qué hicieron? Vender el país y sumirlo en una pobreza lacerante, que redujo los niveles de educación, de progreso, de desarrollo en todas las regiones del país. ¿Qué hacían entonces? Lo mismo que ahora, vivir en residencias, comer en lujosos restaurantes, viajar por el mundo. “El pobre es pobre porque quiere”, solían decir entre amigos y conocidos. No, al pobre ustedes le robaron el presupuesto, se lo repartieron entre sus amigos y lo sumieron en la miseria.
“Hay que seguir combatiendo la corrupción, porque antes el gobierno estaba al servicio de una mafia, por eso también son las protestas, los enojos. Como la manifestación de ayer, porque los que estaban antes, ya sea en el gobierno o ya sea los que se beneficiaban con la corrupción, están inconformes y quieren regresar”, refrendó con fuerza el mandatario mexicano este lunes. No hay vuelta de hoja, en este tema todo está muy claro. Sólo basta ver las imágenes de los marchistas. Todos merecen nuestro respeto, pero hay que hablar con la verdad y la verdad histórica es más que elocuente.
Ellas y ellos están defendiendo una democracia sin pueblo, una democracia como la que practicaban los griegos, quienes fueron los inventores de esta palabra. El pueblo era la oligarquía, unos cuantos, los de los privilegios, la clase dominante, los ricos. En estos tiempos, el que manda es el pueblo real, el de a pie, el que ha sufrido los malos gobiernos, el que ha defendido esta nación, el que lucha todos los días por su grandeza. Para ese pueblo, para nuestro pueblo, el porvenir y la justicia.
Sólo los que entiendan esta dialéctica de la historia podrán estar del lado correcto de la historia de este país. Se acabaron los privilegios, se acabaron las prebendas, ya no más unos cuantos por encima de las multitudes. El monstruo de mil cabezas se niega a morir, pero por el bien de México se tiene que ir para siempre porque le ha hecho mucho daño a nuestra gente.
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