Crónica del 28 de noviembre de 2006, en la Cámara de Diputados

Columna Resiliencia Democrática

Crónica del 28 de noviembre de 2006, en la Cámara de Diputados

Eduardo Sergio de la Torre Jaramillo

Esta crónica surge a partir del espectáculo político protagonizado por Gerardo Fernández Noroña y Alejandro Moreno Cárdenas en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, y especialmente por la declaración de Dolores Padierna, quien sostuvo que la diputada Kenia López Rabadán no debía presidir la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, pues “le podrían faltar al respeto a la presidenta” en caso de que la panista asumiera ese encargo.

El lenguaje en la política es determinante. Octavio Paz advertía que, para transformar la política en México, primero había que cambiar el lenguaje. Basta recordar que cuando la diputada morenista se encontraba en la oposición, el respeto a la investidura presidencial era inexistente; predominaban los actos de violencia física, verbal y simbólica, como la toma de la tribuna legislativa para impedir la toma de protesta de Felipe Calderón Hinojosa, a quien despectivamente llamaban “FECAL”. Hoy, en el ejercicio del poder, parecen olvidar ese pasado, así como el de su esposo, René Bejarano, conocido como “el señor de las ligas”. Por ello es pertinente rememorar los días previos a la toma de posesión de Calderón.

En aquel entonces yo era diputado federal en la LX Legislatura. Mis primeras semanas de septiembre estuvieron centradas en la presentación de mi primera iniciativa de ley, enfocada en ampliar el periodo ordinario de sesiones de la Cámara de Diputados. La realidad era insólita: el primer año legislativo apenas se trabajaban seis meses, y los siguientes dos, cinco meses y medio. Mi propuesta buscaba que el Congreso trabajara al menos diez meses al año.

El Palacio Legislativo de San Lázaro representó para mí un proceso de reinvención personal. En mi segunda sesión de trabajo, me presenté con Juan José Rodríguez Prats, un parlamentario brillante, experimentado y éticamente sólido. Cuando le mencioné que era de Xalapa, recordó de memoria todas las pensiones donde había vivido y hasta los nombres de algunas de sus novias. Desde entonces nació una amistad entrañable. Le pregunté: “¿Qué me recomiendas como parlamentario, después de haber sido senador y diputado en diversas ocasiones?”. Su respuesta fue inmediata: “Haz amigos, es lo único que necesitas”.

Cantar el Himno Nacional en ese recinto fue un momento que me marcó. Aquello que había repetido desde el jardín de niños adquirió un nuevo sentido: estaba en “la casa de la política”.

Con el paso de octubre, el ambiente se tornó cada vez más crispado por la narrativa del supuesto fraude electoral. El académico Javier Aparicio, del CIDE, realizó un análisis exhaustivo de la elección presidencial de 2006, concluyendo que existió plena concordancia entre los resultados oficiales, el PREP y los cómputos distritales. La diferencia fue apenas del 0.58%, sin rastro de un “fraude cibernético”. Los errores detectados correspondían únicamente a inconsistencias aritméticas en casillas rurales, derivadas del “campo de referencia” (boletas recibidas, depositadas, sobrantes y número de votantes según lista nominal).

El recuento distrital incluyó 2,864 paquetes electorales, y posteriormente el TEPJF ordenó el recuento de 11,839 casillas. De ese proceso, el 60% de los votos no se movieron ni a favor de Calderón ni de López Obrador. Aparicio fue contundente: al recontar casillas dominadas por el PRD, el promedio fue de 5.8 votos menos para Calderón y 13.3 menos para AMLO, lo que incrementó el margen del primero en 7.5 votos.

Pese a la evidencia, el candidato derrotado sembró dudas y se autoproclamó “presidente legítimo” el 20 de noviembre de 2006. Una semana después, el 28 de noviembre, las bancadas del PRD, Convergencia y PT decidieron “impedir la toma de posesión de Felipe Calderón”. Ese día ingresaron al salón de sesiones sin intención de abandonarlo. Recuerdo que dos diputados del PRD intentaron bloquearme la entrada; les dije: “Voy a sentarme en mi curul, les guste o no”. Se miraron sorprendidos y pasé a ocupar mi lugar.

La mayoría de esos legisladores del PRD militan hoy en Morena: Víctor Valera López, Fernando Mayans Canabal, José Alfonso Suárez del Real, Valentina Batres, Aleida Alavez, Mónica Fernández, Susana Monreal, Rutilio Escandón, David Sánchez Camacho, entre otros.

La vida interna del Palacio Legislativo se dividía entonces en bloques muy claros. El “Bronx” priista, integrado por la CTM y la CNC, pretendía acallar con gritos y albures a los panistas. La izquierda, más estridente y sin propuestas sólidas, se perfilaba como una militancia fanática en torno a López Obrador. Pasaron de las ideas a la violencia verbal y física, extendiendo su protesta a la toma del Paseo de la Reforma. Para financiar ese plantón, los 127 diputados del PRD aportaban 40 mil pesos mensuales cada uno, lo que sumaba cinco millones al mes, más las contribuciones de senadores y del entonces Jefe de Gobierno capitalino, Alejandro Encinas. Las quejas crecieron al grado que varios legisladores dejaron de financiar el movimiento por sus deudas de campaña.

El 29 de noviembre, sin una estrategia clara, los perredistas intentaron nuevamente tomar la tribuna, pero los panistas ya estaban preparados. En la trifulca, varios perredistas resultaron lesionados: Alberto López y Susana Monreal salieron en silla de ruedas; Darío Lemarroy sufrió un esguince; Aleida Alavez y Ramón Pacheco fueron rociados con gas. Entre los panistas, Pancho Domínguez se enfrentó a golpes con varios contrincantes y Maru Campos encaró a Valentina Batres. Jamás imaginaron que los panistas defenderían con tanta firmeza a su presidente.

 

Los priistas permanecieron al margen, aunque desde el “Bronx” lanzaban advertencias como “los sacaremos a balazos o a madrazos”. Poco después llegó el Estado Mayor Presidencial, como era habitual antes de cada evento presidencial. El PRD exigía su retiro.

Han pasado diecinueve años desde aquel episodio que marcó el inicio de la polarización política del país, impulsada por el mismo personaje de ayer y de hoy. Por eso, lo sucedido en la Comisión Permanente esta semana, aunque escandaloso, no puede compararse con los acontecimientos de 2006.