Las plumas pagadas

Atanasio Hernández
El antiguo régimen dio origen a una figura singular de periodistas mercenarios. El escritor Enrique Serna cuenta la historia de uno de sus representantes más importantes, Carlos Denegri, a quien llamó El Vendedor de Silencio. En Xalapa hay una plaga de este tipo: los escribanos que callan y mienten al servicio de personajes corruptos.
Cierto, la corrupción vive también entre los periodistas. ¿Qué significa la corrupción entre ellos? Dime a quién le pego y te diré quién te paga. Para nadie es un secreto que muchos “practicantes” del mejor oficio del mundo –como lo consideraba Gabriel García Márquez– viven del chayote: La mordida es al funcionario lo que el chayote, al periodista venal.
¿Cómo se expresa ese mundo de información vendida? De diversas maneras. He aquí algunos ejemplos: Callar las verdades incomodas o dejar de hablar de los temas que alguien o algunos quieren ocultar. Este silencio, como manera de engañar y desinformar, es un mecanismo recurrente tanto en la “gran prensa” como entre los pequeños mercenarios cuyas colaboraciones (gratuitas) pululan en las páginas de noticias.
Desfigurar los hechos, contar verdades a medias o inventar una realidad. Es el papel desempeñado por el periodista como escritor de ficción. Pero no para ser reconocido como cuentero, sino vendiéndose como informador.
Una historia del periodismo en nuestra región reconocería que la corrupción no solo dañó la calidad del trabajo de informar, también se atacó y asesinó a quienes se atrevieron a decir la verdad.
En Veracruz, el número de periodistas asesinados por aquellos que temen a la verdad es enorme. El ejercicio honesto de su actividad en la época del autoritarismo y la corrupción priista (que se prolongó con políticos formados en el PRI que saltaron al PAN) generó entre el gremio un ambiente de inseguridad creciente.
La desaparición forzada durante los años de Fidel Herrera y Javier Duarte lastimó severamente la vida de los trabajadores de la información. Desafortunadamente, al lado de quienes decidieron apoyar a la sociedad civil en la lucha por la democracia y contra el autoritarismo, sobrevivió ese periodismo corrupto, cómplice de la clase política más nefasta del país en los años recientes.
Es común encontrar no sólo columnas (que son un género de opinión), sino supuestos reportajes y notas editorializadas que con claridad destilan veneno; mensajes que buscan pintar de negro a quien luche contra las herencias desafortunadas del viejo régimen. En ese arte Carlos Denegri, El Vendedor de Silencio, dejó escuela. Algunos, en el colmo del cinismo, se autopublicitan como premios nacionales de periodismo, tal vez por conservar las prácticas de su maestro.
Cuando se claudica en el afán de informar con la verdad, el periodismo incurre en las noticias falsas; Fake News les dicen ahora, como para maquillar o aminorar la carga del calificativo. Para detectarlas basta un ejercicio: Detecte cualquier mensaje con carga negativa y encontrará que se ataca –invariablemente– a figuras públicas que se apartan de la “derecha”. Evalúe el sentido de esas notas, columnas u obsesiones. Entenderá que no se trata de descalificar alguien. Los chayoteros se descalifican solos.