Con apenas 81 habitantes que ocupan 30 casas, Santa Magdalena Jicotlán, en el estado de Oaxaca, es el municipio menos poblado de México, aunque su mayor gesta es no tener el coronavirus entre sus vecinos a casi un año del inicio de la pandemia en el país.
Ubicado en la sureña región de la Mixteca, a 140 kilómetros de Oaxaca, capital del estado homónimo, este poblado ha perdido doce habitantes en la última década.
Según el censo de 2020 dado a conocer recientemente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el municipio cuenta con 81 habitantes, una cifra inferior a los 93 del censo de 2010.
“Somos muy poquitos, pero así estamos acostumbrados desde muy atrás. Casi toda la juventud acaba su primaria y se va a estudiar a partes diferentes de la República, pues ya estamos acostumbrados aquí a ser poquitos”, cuenta a Efe el alcalde de Santa Magdalena Jicotlán, Carlos López Ávila.
A pesar de la falta de gente, las calles y la adornada plaza principal del pueblo, con un reloj monumental y dos fuentes con figuras de sirenas, no pierden los colores vivos que contrastan con la aridez de la Mixteca. Incluso el Ayuntamiento sigue todavía adornado con motivos navideños.
Don Carlos recurre a su memoria para explicar cómo ha notado el decrecimiento poblacional del municipio.
“En la escuela eran como 80 cuando yo me daba cuenta ya empezaron a bajar hasta 50, 30 y luego 20. Ahorita son como seis que están en la escuela”.
Sin rastro del coronavirus
El alcalde lleva un cubrebocas puesto porque acaba de regresar de una visita a un municipio cercano más poblado, pero Jicotlán no ha registrado hasta el momento ningún caso positivo por el coronavirus SARS-CoV-2.
“Sí nos preocupa, no crea que no. Sobre todo por la población, somos tan pocos que nos preocupamos por esta epidemia que está pasando. Cada quien nos cuidamos”, cuenta don Carlos sobre una enfermedad que en México acumula 1,91 millones de contagios y más de 164.000 muertes desde el inicio de la pandemia el 27 de febrero del año pasado.
Socorro Hernández Jiménez, representante municipal de Jicotlán, sale de su casa con su hijo de 3 años, uno de los pocos en el pueblo, y camina hasta el centro sin cruzarse con nadie.
Con 27 kilómetros cuadrados de superficie y una densidad de población de tres habitantes por kilómetro cuadrado, el distanciamiento social del municipio ya era la tónica desde mucho antes de la pandemia.
“Bueno, aquí en el pueblo no (hay contagios), que se sepa. Como somos tan poquitos todo se sabe. No ha habido casos del covid”, cuenta Socorro.
Pero, a pesar de la falta de contagios, duda que haya muchos antiguos vecinos que opten por regresar al pueblo.
“Si vienen es gente mayor que ya están pensionados o todos aquellos que no tienen trabajo porque ya no tienen nada que hacer ahí. Pero gente que tenga trabajo no se viene”, comenta.
La calmada vida cotidiana
Ser pocos también tiene sus desventajas. Desde hace dos décadas viven con la zozobra de que este municipio sea degradado y absorbido por otra municipalidad cercana, lo que significaría perder el rango que les permite administrar el dinero público que llega del Gobierno federal y del de Oaxaca.
¿Por qué se va la gente de Jicotlán? Quizá Bernardo Peña explique el motivo.
Hace quince años decidió volver al municipio después de vivir en Puebla y en Ciudad de México. Encontró un trabajo, pero sólo gana de 120 (5.88 dólares) a 150 pesos (7.35 dólares) con los que debe subsistir.
“Aquí es muy poco lo que ganan. Aquí nos dan 120, 150 dependiendo del trabajo y apenas alcanza y eso que buscamos”, relata.
Uno de los seis niños del municipio es Luis, hijo de don Bernardo, quien se asoma por la puerta de la casa, que una vez fue de color verde.
Acaba de interrumpir una resta que tenía como tarea en el cuadernillo que le envió la única maestra del pueblo.
Desde marzo del año pasado, no hay clases presenciales en México a raíz de la pandemia y Luis extraña la compañía de sus otros cinco compañeros de clase.
“Me siento aburrido y ya quiero ir a la escuela”, confiesa.
En Santa Magdalena Jicotlán el silencio conventual sólo se interrumpe con la música que se escucha cada cuarto de hora en el altavoz de su reloj monumental. Después, vuelve a predominar el sonido de las aves y del follaje de los árboles movidos por el viento.
Las calles que circundan el Ayuntamiento siguen calladas. Hay casas recién pintadas y otras conservan los colores del tabique, ladrillos y adobes, algunas visiblemente solas o abandonadas, con puertas que alguien se olvidó cerrar cuando se fue hace tiempo.
Con información de EFE