Juan Javier Gómez Cazarín*
La alcaldesa de París es española. No sólo eso: desde el 2014, Anne Hidalgo es la primera mujer en la historia en gobernar la capital de Francia.
No conozco París, pero supongo que debe gobernar bien porque sus conciudadanos la reeligieron en 2020 para un período de seis años más. O sea, sale hasta el 2026.
Pero Anne Hidalgo, siendo española, no sólo gobierna París. Su condición de francesa por naturalización –además de que está casada con un francés y es madre de tres hijos franceses- le permitió competir en las elecciones presidenciales de Francia.
Lo cierto es que no le fue bien en las votaciones nacionales de este año, pero de haber ganado se habría convertido en presidenta de Francia. ¿Ya les dije que nació en España, verdad? Sí. Ya lo dije tres veces.
Nacida en Cádiz, hija de una costurera y un electricista de los astilleros, como ocurre con muchos migrantes, se la llevaron a vivir a Francia cuando tenía dos años. Aunque habla español perfecto y vacaciona en la tierra de sus padres –ellos se regresaron-, toda su vida está hecha en Francia. Sus estudios, su familia, su servicio público, su actividad política –pertenece al Partido Socialista-.
Para los franceses es de lo más natural que una mujer como Anne Hidalgo gobierne la principal ciudad de su país. Es como si un tabasqueño gobernara la Ciudad de México. Bueno, eso ya ocurrió, ¿no?
Del exgobernador de California que nació en Austria, a medio mundo de distancia, el famoso Terminator, Arnold Schwarzenegger, ya ni hablamos.
Lo cierto es que las democracias del mundo -y la mexicana entre ellas- tienden a favorecer la participación ciudadana y no a inhibirla, viendo el fenómeno desde un punto de vista de Derechos Humanos: a participar políticamente en su comunidad y a no ser discriminados, por ejemplo.
Pero también desde el punto de vista de entender la realidad y reconocer el día a día de sociedades altamente integradas, como la mexicana. Ahora que anduvimos en campaña en Tamaulipas, les platicaba que a cada rato nos encontrábamos a veracruzanas y veracruzanos que vivían y votaban allá.
El criterio es que si toda tu vida está hecha en una tierra, si te has asimilado plenamente a un pueblo, las decisiones de esa comunidad deberían escuchar tu voz y el esfuerzo colectivo por salir adelante debería contar con tu participación plena.
La reforma Constitucional que seguramente votaremos esta semana enmendará la ley máxima en Veracruz para alinearnos con al menos otras 11 entidades de la República y reconocer –que no conceder- la innegable veracruzaneidad de quienes llevan años de vivir aquí o tienen hijos en este suelo.
Es, además, un acto de coherencia y justicia con nuestra historia y naturaleza porque somos tierra de inmigrantes.
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política.