José Ortiz / EN CORTO
Veracruz no necesita operadores políticos. Necesita operadores portuarios. Y lo necesita ya.
Mientras el mundo avanza hacia cadenas logísticas inteligentes, plataformas multimodales y proyectos de infraestructura de competencia global, en Veracruz —uno de los estados con mayor potencial portuario del país— la Dirección General de la Administración Portuaria Integral (API) fue entregada a un excoordinador distrital de Morena que apenas sabe distinguir una bitácora de carga de una lista de seccionales.
Su nombre: Carlos Torres Ramírez. Su formación: licenciado en administración por una universidad de bajo perfil. Su experiencia: presuntamente pedir “moches” cuando era secretario particular en SEDESOL, supuestamente robarle 2,540 pesos a un militante (sí, dos mil quinientos cuarenta), ser sancionado por su propio partido… y luego ascendido a uno de los cargos más estratégicos del aparato estatal. El obradorismo lo hace posible: del castigo, al premio; de la sanción, a la silla.
La API de Veracruz no es una ventanilla de gestoría electoral. No es un comité de colonia. Es una instancia encargada de la administración logística, comercial, financiera y de desarrollo de los puertos veracruzanos. Y sin embargo, ahí está Carlos. Sonriendo. Publicando frases vacías en Facebook. Presumiendo cercanía con Pepe Peña. Jugando a que manda. Porque en realidad, ni sabe, ni manda. Solo ocupa espacio. Y hace ruido.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es que, mientras se disfraza de figura pública, anda prometiéndole a los candidatos de su distrito que los va a apoyar con gestiones, recursos, proyectos… y hasta con “conexiones con los chinos”. Sí, así como se lee. Cuentos chinos de un funcionario con cacahuate en la cabeza, que no tiene más habilidad que la de mentir sin rubor y publicar trivialidades en redes sociales. Una tragicomedia digital con cargo público incluido.
Su nombramiento fue un gesto político. Y eso es precisamente lo que no necesita el estado. Veracruz no puede permitirse convertir su sistema portuario en un premio de consolación para los leales. El hecho de que alguien haya recorrido colonias en tiempos de campaña no significa que sepa gestionar una terminal portuaria. Esa idea es ofensiva. Y peligrosa.
La gobernadora Rocío Nahle tiene una oportunidad histórica de hacer las cosas distintas. Nadie duda de su voluntad, pero la operación del gobierno requiere perfiles de primer nivel, especialmente en áreas técnicas. Y si bien la política exige lealtades, también exige resultados. Veracruz lo agradecerá.
Veracruz no puede ser el botín de los exlíderes municipales que lo único que han sabido hacer en su vida es pintar bardas, operar campañas y repartir volantes en horas de oficina. Para eso están los equipos de tierra. No los organismos de alto nivel técnico.
El sistema portuario veracruzano merece una conducción seria. Estratégica. Auditable. Global. Y, sobre todo, profesional. No un joven de Facebook con ínfulas de estadista que repite slogans como si eso bastara para mover una grúa o destrabar una licitación.
El problema no es Carlos Torres. El problema es el sistema que lo premia. Y si no se corrige a tiempo, el costo lo pagará Veracruz… no él.