Guadalupe García Paz es una mujer de 53 años; desde hace un año decidió dedicarse al oficio de bolear calzado. Es la única en el centro de Xalapa y desde las 7:00 de la mañana se instala en la calle Juan de la Luz Enríquez, con cajón en mano y sonrisa, para atender al cliente.
Es originaria de Poza Rica, municipio ubicado al norte del estado de Veracruz; cuenta que llegó a la capital veracruzana desde hace 13 años. Fue la necesidad laboral lo que originó que migrara junto con su esposo.
Durante la entrevista, Guadalupe viste una camisa a cuadros color café, chaleco, pantalón azul de mezclilla y botas viejas, pero bien lustradas.
“Lo primero que hago al salir de casa, dice, es encomendarme a Dios”.
Su cajón luce muy femenino, flores grandes pegadas en la tapa; rosas, margaritas, girasoles y dalias en colores muy vistosos, lo que de inmediato la identifican entre los lustradores de calzado.
Cuando ingresó a este oficio, platica, “primero tenía nervios”; llegó a pensar en el rechazo de los “machistas”, pero su seguridad hizo romper esos temores, “creí que bolearía mal el primer par de zapatos”, confiesa mientras engrasa el calzado de un trabajador del Gobierno del Estado de Veracruz.
La bolera de Raquel
“No soy la bolera de Raquel”, dice en broma y lanza una carcajada al tiempo que pasa el trapo sobre el zapato; con esa maniobra se escucha el rechinar y en instantes el polvoriento calzado brilla.
“Ya quedó, guapo; ahora sí, a planchar las calles”, sugiere al cliente.
Relata que hasta la fecha es la única mujer betunera en la ciudad de Xalapa: “No he visto a otra, pero ojalá fuéramos más porque también es importante que este oficio no desaparezca”.
El esposo de doña Guadalupe falleció hace nueve meses; él también era bolero; dejó la caja con los cepillos, las pinturas, la crema y la grasa, así como todas las herramientas necesarias para este oficio.
Al ver el cajón en un rincón y cubierto de polvo, decidió retomar este trabajo, salir a las calles y hasta aprender la tonadita, caso cantada, de la frase “boleada de 15 pesos”; en un año ya se ha hecho de clientes.
Guadalupe García es puntual, llega a las 7:00 de la mañana y regresa a casa después de las 2:00 de la tarde.
Despierta antes de las 5:00 de la madrugada, se alista, hace el almuerzo porque antes de que empiece a clarear, ya debe estar camino a la parada de autobuses.
Vive en la colonia Veracruz y dice que su calle no está pavimentada, el cuarto que renta es pequeño, pero económicamente le conviene “porque no alcanza para más y así puedo ir ahorrando para la comida y algunas otras necesidades”.
Su deseo es comprar una vivienda, pero sus ahorros no alcanzan. Junto con su esposo trabajó durante varios años, lucharon de manera constante porque la finalidad era tener un patrimonio.
“Pero él se me adelantó y ya está con Dios; yo, al quedarme sola, debo seguir los proyectos de vida. ¿Se imagina si me quedo en casa a llorar y llorar?, jamás podré salir de los problemas económicos; si teniendo trabajo el dinero no alcanza, ahora sin trabajo, pues nos amolamos más”.
El brillo de los zapatos
También contó que después de las 9:00 de la mañana recorre las calles del centro de Xalapa y cuando mira los zapatos sucios ofrece bolearlos “de a 15 pesitos y se los dejo muy brillosos, así como cuando los compró”, dice para convencer al cliente potencial.
“En ocasiones se molestan, nunca me han contestado mal, pero se nota el coraje, me fruncen la ceja, hacen gestos o de plano me dejan ahí hablando solita”. Dice que es parte de este trabajo y así ha lidiado con decenas de personas.
Doña Guadalupe no tiene hijos; cuenta que tiene mascotas y son como sus hijos; además, varias amistades y una familia numerosa que también, como ella, luchan contra la pobreza.
Antes de ser bolera, vendía atoles en la calle Juan de la Luz Enríquez, a una cuadra del Palacio de Gobierno de Veracruz. Hacía de varios sabores, “aunque los que mejor me quedaban eran el de arroz y el de avena”.
Sus clientes son funcionarios de gobierno; por eso llega muy temprano, aunque otros trabajadores o paseantes “pasan a echarse su boleada”.
Hay de todo, calzado bonito, más o menos y hasta el roto, “pero a todos con una buena lustrada lucirán mejor”, refiere la señora Lupe.
Le bastan 10 minutos para sacarle brillo al calzado, -porque los clientes tienen prisa-.
Al día ha llegado a bolear hasta 20 pares, en otras ocasiones cinco o seis; peor cuando son días de lluvia.
A su vida le saca brillo, cree en Dios y sigue pasos firmes en su proyecto. Termina la entrevista, posa para la foto y después sostiene su característico cajón para ir a recorrer el centro de Xalapa, porque ella es una bolera ambulante y en la calle se busca la vida.