Contracolumna / LA CICLOVÍA DE LA DISCORDIA

Atanasio Hernández

“¿Qué derecho tiene un señor o señora de creer que por escribir una columna tenemos que creer que es verdad lo que dice?”.
José Saramago

En estos tiempos, cada quien pelea por los que considera sus derechos. No importa si son reales o imaginarios; es decir, que ni siquiera existan o no estén “consagrados” en reglamentación alguna. Todos creemos tener el privilegio de hacer lo que nos venga en gana, sin importarnos quienes nos rodean. Vivimos en una sociedad cada vez más individualista, en la que el único que cuenta soy yo.

Ejemplo de ello es la “polémica” desatada por la construcción de la primera Ciclovía en Xalapa, sobre la avenida Adolfo Ruiz Cortines, entre la Secretaría de Finanzas y el mercado de Los Sauces. Un recorrido de 5.5 kilómetros, según el proyecto respectivo.

Pero comencemos por el principio… Resulta que el año pasado se aprobó en México una reforma constitucional que otorga a toda persona el derecho fundamental de moverse de forma segura en las calles y espacios públicos, en condiciones de equidad, igualdad, inclusión, calidad, eficiencia, sostenibilidad y accesibilidad. ¡No es poca cosa!, y como consecuencia de ello se expedirá próximamente una Ley General de Movilidad y Seguridad Vial.

Mientras esto sucede, el Reglamento de Desarrollo Urbano para el Municipio de Xalapa considera Vía Pública todo espacio en el territorio del municipio destinado al libre tránsito de personas y bienes, como plazas, jardines, banquetas, calles, escalinatas, rampas, callejones, privadas, avenidas, bulevares, calzadas, etcétera. Baste mencionar que, por simple oposición del término, la “vía pública” pertenece a todos y a nadie. En todo caso, al Ayuntamiento, pero definitivamente no es privada.

Por lo tanto, si la primera supuesta oposición a la ya famosa Ciclovía es por usar banquetas y calles como estacionamiento de los vehículos de vecinos y clientes de los negocios, no hay cómo hacerla de tos. Se prevé la existencia de rampas en las banquetas, para el acceso a las cocheras de casas y comercios. Pero de ahí a creerse el dueño de la banqueta frente a su casa hay gran distancia.

Se entiende que esta obra no clausura el ingreso a las cocheras particulares o espacios comerciales, y ni siquiera el estacionamiento de vehículos sobre la avenida, que se mantendrá en el carril adjunto a la Ciclovía, pero sin botes y obstáculos para apartar “mi lugar”. Reduce un poco, eso sí, la anchura de los dos carriles que hubo siempre para los automotores. Como ve, para los conductores nada cambia de manera significativa.

Por supuesto que estas medidas afectarán a algún talachero que extiende su negocio a la banqueta y arroyo vehicular, donde realiza el servicio de reparación de llantas; al herrero o balconero que de plano impide el paso a los transeúntes cuando suelda o pinta sus fierros, recargados en la pared, y a algunos personas más que venden alimentos, bebidas y otras cosas para sobrevivir. No se les niega ese derecho, siempre y cuando se adapten a las nuevas circunstancias y –ahora sí– respeten la normatividad.

Espero que esta Ciclovía sea punta de lanza hacia una ciudad con más alternativas de movilidad; que cientos de ciclistas tengan un espacio de tránsito seguro y se bajen de las banquetas, que usan por temor a ser atropellados, pero donde ellos se convierten en verdugos de quienes se atreven a caminar por el entramado de escalinatas, rampas, miniacueductos, hileras de asfalto y trampas de la arquitectura surrealista que se extienden por toda nuestra ciudad.