La verdad se esconde bajo la tierra; una historia de arqueólogos

Emmanuel Márquez Lorenzo sabe que cada vestigio arqueológico es un pedazo de historia que los libros pueden contar. Es arqueólogo de profesión y no oculta su inclinación por las culturas ancestrales.

Ha dedicado 19 años de su vida a conocer de cerca los acontecimientos prehispánicos.

Es originario de Martínez de la Torre, lugar donde inició la pasión por la arqueología. Ahí tuvo el encuentro con vestigios milenarios con los que ahora busca armar parte de la historia ancestral.

Recuerda que a los 11 años se aventuraba a caminar entre los cultivos de la localidad de Potrero Nuevo; “veía muchos materiales cerámicos cuando el tractor metía el arrastre”.

Fue así como comenzó a interesarse por la arqueología, debido a que esos vestigios podían aportarle datos del pasado.

Llegó a juntar las piezas hasta tener una enorme colección que donó después al museo de San Rafael, donde es posible encontrar la única palma totonaca hallada hasta hoy.

Cuenta que lo interesante de esta figura es que tiene toda la forma de una palmera con las hojas en movimiento, que representan corrientes de aire.

También revela que su idea era estudiar matemáticas, pero lo prehispánico captó más su atención.

Así comenzó la aventura en el mundo de las deidades prehispánicas, misticismo, épocas, batallas y arquitectura arqueológica.

“Cada vestigio es un rastro de historia que no te pueden contar los libros”; por esa razón comenta que se trata de desechos que permiten acceder a una parte de la vida del ser humano que no está registrada en los textos.

Para morir de hambre

Emmanuel Márquez ha recorrido diversos sitios arqueológicos por viajes de estudio o para investigar e impartir conferencias sobre el Veracruz antiguo en las que explica que cada pieza es un mundo, cada escultura muestra una ideología que se ha ido transformando.

Aunque es de Martínez de la Torre, le interesó conocer lo prehispánico de Castillo de Teayo, al norte de Veracruz, sitio al que se adentró, estudio y del que se convirtió en un especialista.

Posicionarse como arqueólogo nunca fue fácil, pues su familia le advertía que en esta profesión moriría de hambre; así lo recuerda durante la entrevista, mientras le da un sorbo al café orgánico; está sentado en un almohadón frente a una mesa donde exhibe sus trabajos y proyectos arqueológicos.

“Cursar la carrera fue difícil porque estaba en sistema escolarizado y asistía cuatro días a la escuela y tres días le dedicaba al trabajo como checador de camiones en la calle Poeta Jesús Díaz, aquí, en la ciudad de Xalapa”, cuenta.

Desde hace ocho años comenzó a trabajar y a realizar investigaciones en Castillo de Teayo.

Aunque refiere que esta profesión es su máximo sueño, dice estar consciente que en caso de no encontrar empleo en esta área, tendrá que buscar otras opciones; sin embargo, su lucha será constante en la arqueología.

La piedra del maíz

“En 2007 conocí la piedra del maíz de Castillo de Teayo y empezó la aventura; en ello basé mi tesis de licenciatura. No pensé en otra cosa y me documenté en el tema”, dice.

Con base en las investigaciones, manifiesta haber logrado ubicar a los principales sitios de rituales en Castillo de Teayo, además de identificar el topónimo prehispánico del sitio; actualmente estudia tres piezas arqueológicas.

La piedra del maíz representa a dos personajes de frente que simbolizan un ritual de Tláloc, dios de la lluvia, y Chicomecóatl, diosa del maíz.

Ambas deidades sostienen entre sus manos unas matas de maíz, ya que se trata de una festividad.

El arqueólogo estima que la piedra del maíz es de suma importancia por las creencias de la cultura tének, con la relación de la política y la religión que pudieran ser de la época posclásica.

“También puede tratarse de un cierre calendárico de 52 años; probablemente al 1507; no creo que esa pieza date de antes de 1500”, pero las investigaciones sobre el vestigio aún continúan.

Su interés comenzó cuando a su paso por los terrenos descubría pedacería y objetos completos.

Desde pequeño, su vida siempre estuvo ligada a lo ancestral, al misterio; tanto que con las piezas que había localizado en los terrenos de Martínez de la Torre hizo su primera exposición de arqueología.

Emmanuel Márquez tiene 31 años y sabe que para entender la vida es necesario investigarla; aun así, narra que el pasado quedará en el misterio, porque la verdad también se esconde bajo la tierra.