Practicó cánticos… y cuando Francisco pasó, el niño quedó petrificado

¿Lo viste? ¡Me saludó, me saludó!”. La emoción de Julio, de apenas ocho años de edad, fue más que desbordante.
Esperó poco más de dos horas sobre la avenida Insurgentes, para ver unos segundos al Papa Francisco, antes de que entrara a la Nunciatura Apostólica.
El pequeño llegó a las 5:00 de la tarde y se subió a una escalera que sus familiares, quienes llegaron horas antes, ubicaron en el mejor sitio posible.
Practicó los mensajes y cánticos que entonaría cuando el Sumo Pontífice pasara cerca de él.
Pero al llegar el momento, el bullicio y la algarabía lo petrificaron; sólo pudo extender sus manos al aire y saludar.
El momento fue corto pero significativo. Julio bajó de la escalera entre risas y comentó a sus familiares dando brincos: “¿lo viste? ¡Me saludó, me saludó!”
Esa emoción pudo ser observada en las aproximadamente tres mil personas que ayer llegaron al cruce de Insurgentes y la calle Juan Pablo II, donde se localiza la Nunciatura, en la que el Papa Francisco pasó la noche, en la misma habitación que lo hiciera en 2002 Karol Wojtyla.
Decenas de capitalinos llegaron desde las 11:00 de la mañana para estar en primera fila.
Eran pocos a esa hora, apenas unos 50, pero al paso del tiempo el número de fieles se incrementó; llegaron decenas de familias, con niños pequeños, bebés en carriolas y hasta con mascotas.
Arriesgaron su integridad para obtener el mejor lugar y ver de cerca al líder religioso.
Muchos se apostaron entre la estación del Metrobús Francia y la estatua de bronce de Juan Pablo II, en plena vía pública, en un espacio de 15 metros de largo y dos de ancho; a escasos centímetros pasaban las unidades del Metrobús que hacían sonar el claxon para evitar que alguna persona fuera atropellada.
Las gradas fueron el camellón, las banquetas, señalizaciones y mobiliario urbano en general.
Fue hasta las 18:00 horas cuando policías capitalinos cerraron el paso del transporte público y eliminaron uno de los riesgos.
No obstante el peligro continuó. Las escaleras que muchos capitalinos llevaron, también fueron motivo de preocupación para los uniformados.
Se subían a lo más alto y los empujones podían provocar caídas, por eso uno a uno fueron invitados a no pasar de los dos escalones.
Sin embargo, llegada la hora, ninguna advertencia fue suficiente.
La zona fue vigilada por agentes de la Subsecretaría de Control de Tránsito, de la Policía Auxiliar, Bancaria e Industrial y granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, así como agentes de la Policía Federal y Militares.
Como es costumbre en eventos capitalinos, apareció la vendimia; banderas de 20 pesos, fotografías de Francisco, imágenes de la Virgen de Guadalupe y llaveros de a 10.
Tampoco faltó quien contara a extraños las anécdotas pasadas de la última visita de Juan Pablo II a México o describiera el itinerario de Francisco.
“Yo lo vi en Miguel Ángel de Quevedo, pasó muy rápido en aquella ocasión, pero recuerdo que se me puso la piel chinita. Ese hombre era un ángel”, contó la señora García, de 63 años de edad, quien viajó desde la zona de los Viveros en Coyoacán, para ver al sucesor de Benedicto.
Igual que ella, el señor Andrés Molina se trasladó con su familia, desde la delegación Tlalpan hasta Álvaro Obregón.
—¿Por qué eligieron este lugar?, se le preguntó.
—Es que esperamos a que la familia terminara sus actividades (escuela y trabajo). Además queremos verlo antes de que se guarde.
Entre pláticas pasaron las horas hasta que los gritos anunciaron el acercamiento del Papa a su destino.
Los fieles esperaron pacientes más de nueve horas para poder saludar a Francisco; tuvieron tiempo de organizar rimas, coros, cánticos religiosos y hasta para criticar el “aguado” desempeño de algunos.
Entonaron una y otra vez el “Cielito Lindo”, para entrar en calor.
Al final, 10 minutos antes de las 9 de la noche, sólo hubo gritos y brincos que duraron aproximadamente un minuto y 27 segundos, tiempo en que el Papa Francisco recorrió Insurgentes, desde la avenida Barranca del Muerto, hasta la Nunciatura.

Fuente: Crónica